Capítulo 81
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El jefe de la comisaría, Mateo Díaz, salió con gesto serio, haciendo señías al joven policía para que entrara primero.
La mujer intercambió una mirada con su esposo, aun sin comprender la gravedad de la situación.
-Señor Díaz, ¿qué quiere decir con eso? ¡Siempre nos ha ayudado por respeto a nuestra relación con nuestro respaldo! Además, usted bien conoce la situación de nuestro hijo, ¿no es así?
Mateo palideció de ira.
-¿Acaso solo yo lo conozco? Y ustedes, como sus padres, ¿no lo saben? Con su situación mental, ¿por qué no lo supervisaron? ¿Cuántas veces ha ocurrido lo mismo? ¡Siempre soy yo quien los saca de este tipo de líos!
La pareja se quedó muda ante sus palabras.
Mateo hizo un gesto de disgusto y giró, dándoles la espalda.
—Esta vez, no es que no quiera ayudar. Es que su hijo se metió con quien no debía. Si intervengo, ¡me costará el puesto!
-¡No me importa! Mi hijo está enfermo. ¡Veremos quién es esta persona que “no debía ofender”!
Al ver la actitud ignorante y arrogante de la mujer, Mateo enrojeció de furia. Sintió honestamente que su superior, Manuel Cruz, había tenido la peor suerte del mundo por tener una hermana tan estúpida. ¡Ella era completamente un lastre para su carrera!
-¡Es la familia Herrera! ¿Te atreves a enfrentarlos? -le dijo impaciente a la mujer.
Al escucharlo, ella se paralizó, como si hubiera recibido una cachetada.
***
Por la noche, Celia no durmió bien. Despertó de golpe entre sueños al vislumbrar una figura sentada junto a su
cama.
A la tenue luz del pasillo, distinguió un perfil masculino oculto en la penumbra.
César estaba sentado en la silla de visitas, con las piernas cruzadas, pasando los dedos por el bisel de su reloj.
-¿Por qué no me avisaste que estabas hospitalizada? -le preguntó,
Celia se calmó del asusto y se incorporó lentamente.
-¿Qué diferencia si habría hecho o no? Aunque es toda una sorpresa verle aquí, señor Herrera.
Al oiria llamario “señor Herrera”, César levantó la vista y posó la mirada en su cara pálida. De pronto, se inclino hacia adelante, mirándola.
-¿Tienes que hablarme en ese tono tan sarcástico?
-¿No fuiste tú quien me dijo que debíamos ser extraños en público?-ella le replicó.
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Capítulo 81
Los músculos faciales de César se tensaron visiblemente. Él guardó silencio.
En ese silencio incómodo, Celia se incomodó. Apretó las sábanas para ocultar la inquietud.
-Si no tiene más asuntos, señor Herrera, necesito descansar.
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Se acostó y se dio vuelta, dándole la espalda. Esperaba que este se marchara pronto, pero el tiempo pasaba y él permanecía en la silla. Aunque no lo veía, sentía la presión dada por su mirada. Ella no entendía qué demonios quería este tipo.
Finalmente, oyó el crujido de la silla y Celia suspiró aliviada… Sin embargo, al momento siguiente, todo su cuerpo se tensó porque sintió cómo el peso del hombre que se acomodaba junto a ella, con su brazo rodeando su
cintura.
Su mente quedó en blanco varios segundos antes de apartarse bruscamente. Se incorporó de golpe.
-César, ¿estás loco?
Él se recostó sobre un codo, respondiéndole con total naturalidad.
-¿No puedo dormir? 1
¿Dormir? ¿Iba a dormir en su pabellón? Celia estaba segura de que uno de ellos había perdido la razón.
-Señor Herrera, ¿acaso planea quedarse aquí a dormir?
-Sí.
Quedó atónita, en silencio, casi creyendo haberse equivocado.
-¿Por qué?
Las palabras escaparon de sus labios sin darse cuenta. Cuando ella enfermaba antes, él ni siquiera la miraba. ¿Y ahora quería quedarse con ella?
César clavó en ella su mirada indescifrable.
¿Por qué? ¿Cómo podría saberlo? Incluso él mismo deseaba entender lo que tenía esta mujer que lo había afectado tanto.
-Celia.-la llamó por su nombre.
Ella lo míró, confundida.
-¿Nos hemos visto antes?-él le preguntó serio.
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