Capítulo 77
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-¡Suéltame ahora mismo! -gritó ella.
Al percibir su resistencia, dudó. La expresión resignada le resultaba molesta. Con un movimiento brusco, la giró y la obligó a inclinarse sobre la fría superficie de mármol del bar.
Su voz contenía un pánico.
-¡César Herrera!
-¡Cállate! -ordenó él mientras sus besos ardientes se posaban en la sensible piel de su nuca.
Un temblor incontrolable recorrió el cuerpo de Celia. Cuanta más fuerza empleaba él, más se endurecía su
resistencia.
Él la obligó a mirarlo a los ojos.
-Si Alfredo puede, ¿por qué yo no puedo?
La desconfianza contenida en la frase le causó un dolor punzante en el corazón.
¡Paf!
Ella le dio una cachetada con toda la fuerza y su apuesto rostro se giró al otro lado. La palma de Celia ardía. Con los ojos enrojecidos, sollozó.
—¿Nunca te cansarás de malentenderme? Sé perfectamente que me desprecias… ¡Podrías seguir ignorándome como antes! ¿Por qué tienes que humillarme? Si quieres tanto que le ceda mi espacio a Sira, no hace falta que me eches. Cuando llegue la fecha acordada, me iré por mi cuenta.
Al girar para marcharse, él extendió el brazo para detenerla. Ella se liberó con un movimiento brusco y entró en la habitación, cerrando la puerta de golpe.
Detrás de la puerta, ella no pudo contener más las olas de emociones. Apretó sus labios en el dorso de su propia mano para silenciar los sollozos.
***
En la sala, César encendió un cigarrillo. A través del humo, su rostro mostraba una expresión turbia.
Por primera vez en seis años de matrimonio, había tenido el impulso de… explicarse. ¿Desde cuándo esta mujer ya podía afectarlo así? ¿Desde el día en que Sira apareció en la clínica? ¿O eran los momentos en que él vacilaba cuando veía ese maldito lunar bonito al lado de su ojo?
Podía jurar que no la había conocido antes de ese matrimonio arreglado. Se casó con ella en un estado de total apatía. Si la novia no era la mujer que amaba, le daba igual quién ocupara ese lugar.
No hubo boda, ni intimidades en la noche nupcial. Sin embargo, al verla por primera vez, supo que no era una mujer común. No por ambición o maquinaciones, sino por esa extraña capacidad para acelerarle el pulso, algo que solo Sira había logrado antes.
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Odiaba esa sensación. Era como una traición inminente. Cuanto más tiempo pasaba con Celia, más crecía su irritación. Por eso la mantenía a distancia, por eso fingía indiferencia. No obstante, ni toda su cautela pudo evitar lo inevitable: los deseos que había reprimido durante años por Sira… los había liberado con ella. La ironía era casi cruel. (1
Absorto en sus pensamientos, ni siquiera sintió el ardor cuando la ceniza del cigarrillo cayó sobre su piel.
Ella no debería tener este poder sobre él…
***
El portazo anunció su partida. Cuando Celia salió de la habitación, solo encontró colillas humeantes en el cenicero de cristal.
Miró sus palmas, donde aún persistía el calor del contacto con César. Ella le había dado una cachetada… Conociendo su orgullo, estaba segura de que no reaparecería en su casa en semanas.
Perfecto. Así podría preparar su partida en paz hasta que terminaran esos cuarenta y cinco días. (1)
*
El lunes por la mañana, ella llegó a la clínica. Al pasar junto al almacén, escuchó una conversación que la detuvo
en seco.
-¿En serio crees que lá doctora Sánchez es un amante? ¿Entonces su matrimonio es pura fachada para ocultar esa relación?
-¡Pues claro! Alguien vio que un Bentley la llevó de vuelta a la Villa Serenidad. ¡Los apartamentos allí se valoran en treinta y un mil dólares por cada metro cuadrado! Con su sueldo de doctora, dime tú cómo puede permitírselo
Se quedó inmóvil. Era cierto que vivía en Villas Serenidad, pero ¿cuándo la habían llevado en un Bentley? ¿Acaso alguien la vio en el auto de César?
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