Celia y sus colegas los detuvieron de inmediato y los ayudaron a levantarse.
—No lo hagan, por favor. Salvar vidas es nuestro deber.
—Si no fuera por su ayuda, mi hijo habría perdido la vida. Ustedes le dieron la esperanza de sobrevivir. Les debo la vida… —les agradeció la anciana madre del paciente con lágrimas, sintiéndose alegre y aliviado por la sobrevivencia de su hijo.
Ellos, como médicos, ya estaban curtidos en ver la muerte. Pero, cada vez que lograban salvar una vida, se sentían afortunados por esa bendición. Además, tras la cirugía, el paciente había superado el peligro sin secuelas, y eso ya era un verdadero alivio para todos.
Celia ayudó a la anciana a levantarse y luego la consoló. Después, les dio algunas recomendaciones sobre cómo cuidar al paciente antes de salir del pabellón. Cuando regresó a la oficina, recibió una llamada de su padre, Fabio Sánchez. Dudó un momento, pero, al final, decidió contestar.
—Celia, ¿podrías regresar a casa hoy junto con César? —habló la voz en el otro lado de la línea.
Ella intuyó lo que le esperaba y su expresión se volvió seria.
—Dímelo directamente.
—No hables así. Solo quiero que regresen a casa y eso es todo. Vengan a casa esta tarde, no lo olviden, ¿de acuerdo?
Antes de que ella pudiera rechazarlo, se colgó la llamada.
***
César estaba en una reunión cuando recibió un mensaje de Sira.
“César, Osqui ya llegó al jardín de infancia. Mil gracias por tu apoyo. De lo contrario, él no habría tenido la oportunidad”.
Tras leer el mensaje, le respondió brevemente.
“De nada”.
Luego, abrió WhatsApp y su mirada se detuvo en el chat de Celia. Finalmente, se dio cuenta de que, la última vez que ella le escribió fue el ocho del mes pasado, preguntándole si él vendría a su apartamento el fin de semana, pero él no le había respondido. Desde entonces, no había recibido más mensajes de su parte.
“Tiene mucha paciencia, ¿eh?”, pensó él.
Por la tarde, Celia llegó a la casa de sus padres. Dudó mucho frente a la puerta antes de entrar. Al verla, su madre, Rosa Pérez, la recibió con una sonrisa.
—Celia, has regresado.
Luego, miró hacia la puerta, pero no vio a nadie más. En su cara se veía la aparente decepción.
Celia lo notó y le dijo en tono distante.
—No mires más. Vine sola hoy.
Al escucharla, la sonrisa de Rosa se apagó un poco.
En ese momento, Fabio bajó las escaleras y, al no ver a César, mostró una expresión descontenta.
—Ya te dije que debías regresar junto con César.
—Está ocupado.
—¿Qué quieres decir con eso? ¡Él es tu esposo! Cuando una pareja tiene conflictos, lo que deben hacer es reconciliarse plácidamente. ¡Pero tú no puedes ni traer a tu esposo a cenar con tus familiares! ¡Qué inútil eres! —le gritó Fabio.
Frente a los reproches, Celia sintió aún más tristeza porque nadie en el mundo entendía su situación, ni sus propios familiares.
Fabio, su padre, ni siquiera averiguó la razón antes de regañarla, y siempre le echaba la culpa sin importarle la verdad, como lo que había hecho en los últimos seis años.
Cuando ella iba a casarse con César, Fabio y Rosa estaban supercontentos. En ese momento, parecía que a ellos no les importaba cuánto dinero César les daría como la dote.
Aunque la familia Sánchez no era tan poderosa como los Herrera, también tenía una fortuna considerable en comparación con las familias comunes. Por lo tanto, Celia creía que sus padres siempre le deseaban una vida feliz con sinceridad.
No obstante, después del matrimonio, ellos empezaron a obligarla a pedir dinero a César aprovechando su relación. Al principio, lo hicieron para comprarle a su hijo, Carlos, una casa grande y cambiarle el auto. Luego, debido al fracaso de Fabio en los negocios, la obligaron a darle dinero de César para cubrir las deudas.
De cualquier manera, para ellos, su hijo siempre sería más importante. Mientras Celia, quien era también su hija, parecía más un cajero automático por su matrimonio con el rico.
Celia volvió en sí y les informó con calma.
—Lamentablemente, voy a divorciarme de él.
Al escuchar la palabra “divorcio”, Fabio se enfureció y le dio una fuerte cachetada.