César no habÃa dormido bien en toda la noche. Por la mañana, bajo sus ojos se podÃan ver unas ojeras. Celia desayunaba con la cabeza baja, sin preguntarle nada, pero VÃctor pareció notar su palidez.Â
-¿No te sientes bien?-se preocupó.Â
-Estoy bien–respondió él, pero su voz ya sonaba ronca.Â
Victor echó un vistazo a Celia, pero antes de que él pudiera hablar, ella se adelantó:Â
-Hoy necesito regresar a la oficina.Â
Tras un largo silencio, le dio el permiso después de pensarlo.Â
-Ok.Â
Celia inclinó la cabeza como un gesto de agradecimiento.Â
-Gracias por su comprensión.Â
-Yo te llevo a la clÃnica -se ofreció César.Â
Ella iba a rechazarlo. Pero, en ese momento, VÃctor, que cortaba con calma su filete, levantó la cabeza e intervino:Â
-Si no estás tranquilo, haré que Jaime la lleve a su oficina.Â
-Con nadie más estarÃa tranquilo.Â
Celia le susurró a su lado:Â
-¡No necesito que me acompañes!Â
-Es que también iré a la clÃnica. Puedo llevarte allà de paso. -Insistió él.Â
Sin otro remedio, ella suspiró y cedió. En el pasado, nunca se habÃa dado cuenta de que él era un hombre tan pegajoso…Â
***Â
Después del desayuno, ella salió del hotel, mientras él la seguÃa. Un guardaespaldas trajo el auto y les abrió la puerta. Al subir al vehÃculo, el celular de Celia sonó: era una llamada de Ana. La contestó, pero antes de hablar, escuchó la voz agitada y alarmada de Ana:Â
-¡Celia! ¡Mala noticia! Carlos… ¡está en la azotea!Â
La mente de ella quedó en blanco y César notó su estado.Â
-¿Qué ocurrió?Â
Ella dejó caer el celular y murmuró distraÃda:Â
-Llévame al hospital enseguida y lo más rápido posible… Carlos está en la azotea…Â
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Capitulo 387Â
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Carlos, tembloroso, se sostenÃa de la barandilla en la azotea del edificio. Desde lo alto, la gente en se veÃa tan pequeña como hormigas.Â
Abajo, todos los que se enteraron de que alguien intentaba saltar se agruparon. El personal médico habÃa llamado a la policÃa. Pronto, llegaron tanto los bomberos como la policÃa y una ambulancia esperaba cerca. La policÃa estaba dispersando a los curiosos.Â
En ese momento, Celia llegó corriendo, pero un oficial la detuvo. Ella, alterada, ya no era capaz de explicarse con claridad. César se acercó para ayudarla.Â
—Ella es familiar de la persona que‘ está en la azotea. -Explicó al oficial.Â
-¿Ustedes son familiares del paciente? -Se sorprendió.Â
-¡SÃ!-Celia por fin recuperó la compostura y le mostró su credencial del hospital-. También soy doctora de esta clÃnica.Â
El policÃa les dejó pasar. Ella corrió a toda rapidez hacia el edificio, entró en el ascensor y subió al último piso. Pero, para llegar a la azotea, tendrÃa que subir por una escalera de emergencia. En ese momento, debajo de la escalera, habÃa varios miembros del personal médico, incluidos Nicolás y Ana. Los bomberos ya se estaban equipando y planeando el rescate.Â
-¡Déjenme hablar con él! ¡Es mi hermano! -gritó Celia.Â
Al oÃr su voz, todos se volvieron hacia ella. Nicolás iba a hablar, pero en ese momento vio a César entrar detrás de ella. Sus miradas se encontraron, pero ninguno dijo nada. El jefe de bomberos le entregó a Celia un walkie–talkie y le recordó.Â
Si la situación se complica, presione el botón.Â
Celia lo tomó, con firmeza.Â
-Entendido.Â
Antes de que subiera, César la detuvo tomándole del brazo.Â
-Ten mucho cuidado.Â
Ella lo miró y luego subió por la escalera hasta la azotea. Llamó a Carlos, con suavidad:Â
-¡Carlos!Â
Él se volteó. Celia no se atrevió a acercarse más, por miedo a alterarlo.Â
-¡Ese lugar es muy peligroso! Bájate, ¿de acuerdo? Si hay algo que te molesta, ¡dÃmelo! ¡Puedo ayudarte a solucionarlo!Â
Tras una breve pausa, ella continuó.Â
-¡Tú eres uno de los Sánchez! ¡Papá y mamá dejaron muchas expectativas en ti! Tú dijiste que serÃas unÂ
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hombre muy confiable, ¿no? Que harÃas que la familia Sánchez se sintiera orgullosa, ¿cierto? Pero si te quedas ahà …si papà y mamá lo supieran, jestarian muy tristes! ¡Y yo también me siento lo mismo!Â
La voz de Celia estaba temblando porque, en una situación como esa, todo podÃa volverse lo peor en cualquier momento. Carlos era el último familiar suyo y ella era también la única familia para él. No habÃa podido salvar a Fabio ni a Rosa, pero al menos aún tenÃa la oportunidad de salvarlo…Â
Mientras ella le gritaba, sus ojos se enrojecieron.Â
-Carlos, por favor, ven aquÃ… Tengo mucho miedo…Â
Él se aferraba con fuerza a la barandilla. Sus ojos también estaban humedecidos, llenos de una desesperaciónÂ
mortal.Â
-No… no me mientas más… -Su voz se escuchó áspera.Â
Ella se quedó sorprendida.Â
-Carlos, ¿tú… ya puedes hablar?Â