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Por que 386

Por que 386

Capítulo 386 

Celia se quedó quieta, esperando a que él se acercara. 

-¿Por qué saliste del hotel? 

-No me sentía tranquilo dejándote salir sola. 

Al oír su respuesta, ella reaccionó. 

-¿Y cómo sabías que yo estaba aquí? 

Él no dijo nada, pero su mirada se posó en el celular de Celia. Ella lo entendió al instante: él le había instalado una aplicación de rastreo. 

-¿Qué compraste? -César tomó la bolsa. 

Ella la recuperó enseguida. 

-No es para ti. 

El movimiento de él se detuvo en seco y su mirada se clavó en la pequeña caja dentro de la bolsa. 

-¿Entonces para quién es? 

-Para mi hermano. 

-¿Y por qué él necesita que le regales algo? 

Ella evitó mirarlo. 

-Porque yo quiero hacerlo, ¿y qué? 

César sonrió, pero en sus ojos se veían rastros de pena. 

Parece que yo nunca he recibido un regalo tuyo. 

-¿Estás seguro de eso? 

Él arrugó la frente, pensándolo. 

-Si nunca te hubiera dado un regalo, ¿por qué me dijiste que no me tomara más molestias en darte regalos? 

La primera vez que ella le dio un regalo fue en su primer aniversario de boda. Era en el invierno, y ella le regaló una bufanda que había tejido ella. No obstante, todo lo que ella obtuvo a cambio fueron sus palabras hirientes: 

-En el futuro, no te tomes las molestias en darme regalos. 

Por lo tanto, después de eso, ella nunca volvió a regalarle nada. César sintió un nudo en el pecho. 

-No sabía que esa bufanda era-intentó explicarlo. 

-Sí, la hice yo. Tal vez no me salió muy bien, quizás era fea. Es normal que no te gustara. Se burló de sí misma, como si estuviera hablando de un pasado que ya no le pertenecía-. Si fuera yo, también la habría 

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despreciado. 

-No fue eso lo que quise decir… 

-El pasado ya pasó. -Lo interrumpió y le dio unas palmadas en el hombro, sonriendo-. Señor Herrera, es hora de regresar. Si te retrasas, a mí me echarán las culpas. 

César apretó los labios, guardando silencio. 

*** 

Al regresar al hotel, se encontraron con la escena de Víctor reprendiendo a un guardaespaldas en el pasillo. 

-¡Ya te dije que lo vigilaras, pero ahora ni siquiera sabes adónde se ha ido! ¿Los contrato para que vengan aquí a disfrutar de la vida? 

El guardaespaldas mantenía la cabeza baja, aceptando la furia en silencio. Al verlos regresar, la expresión de Víctor se suavizó un poco. Su mirada pasó por encima de Celia y se posó en César. 

-¿Por qué saliste sin informarme? -preguntó. 

Ella, inconscientemente, apretó la bolsa que llevaba en la mano. 

-Es que estaba aburrido y fui a despejarme. -Él se interpuso frente a ella e hizo un gesto al guardaespaldas para que se retirara-. Papá, no es para tanto, ¿cierto? 

-¡Al menos podrías haberme dicho a dónde ibas! ¿Y qué haría yo si te pasaba algo? ¡Tu mamá moriría de preocupación! 

César sonrió con indiferencia. 

-Creí que ya no te importarían sus sentimientos después de discutir con ella… 

-No me vengas con evasivas. -Víctor se puso serio y lo reprendió-. Espero que eso nunca se repita. 

-Entendido. 

Dicho esto, el señor se dio la vuelta y entró en su habitación. Parecía estar de mal humor, por eso había desquitado su furia con el guardaespaldas. Al notar su tensión, César la miró. 

-Tranquila. Él no te regañará a ti. 

Celia guardó silencio. Sabía que Víctor no la regañaría, pero cuando él le gritaba al guardaespaldas, ella también tenía miedo. Aunque parecía más razonable que Marta, solo con una mirada o un gesto suyo, ella sentía una presión intensa. Quizás todas las figuras con alta posición emanaban naturalmente este tipo de aura dominante. 

*** 

Después de que Celia regresó a su habitación, César permaneció en el pasillo por un momento. Luego, le preguntó al guardaespaldas: 

-¿Tú has tejido una bufanda? 

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Él no esperaba una pregunta así… 

–¿Tejer una bufanda? Ah puesno, yo no. Pero mi esposa síle respondió, sorprendido. 

La expresión de César se ensombreció un poco. 

-¿Tu esposa te tejió una bufanda? -preguntó él. 

El guardaespaldas sonrió con timidez. 

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-Mi esposa es muy buena con las manos, especialmente en la costura. Siempre teje suéteres para mi hijo y para 

mí. 

Al terminar de hablar, este se dio cuenta de algo y su sonrisa se desvaneció. ¿¡Acababa de presumirle a su jefe que su esposa le tejía suéteres!? ¡Eso era como echarle sal en sus heridas! Pensando, ya no se atrevió a decir nada más. Solo lo observaba en silencio. César también guardó silencio por un largo rato antes de decir: 

-Tienes una vida feliz. 

El guardaespaldas se sorprendió. En los ojos de César se veía un arrepentimiento profundo. Al pensarlo, notó que se había perdido de tantas cosas. Y, él también pudo haber tenido una vida feliz… 

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