César no esperaba que ella le propusiera el divorcio y su expresión se ensombreció todavía más.
—Nunca estaré de acuerdo con eso.
Celia se sorprendió. ¿No quería divorciarse? Acaso…
En ese momento, él añadió:
—La abuela tampoco estará de acuerdo.
Luego, el estruendo del golpe de la puerta llegó a los oídos de Celia.
Ella se congeló en su lugar por un buen rato, sintiendo como si tuviera un nudo en el pecho que le bloqueaba el aire. Todos sus previos pensamientos le parecían tan ridículos y graciosos.
¿Cómo era posible que este rechazaría el divorcio por ella? Solo se preocupaba por el desacuerdo de su abuela. Lamentablemente, ella había obtenido su aprobación.
Los dos no terminaron bien y, al final, durmieron en diferentes habitaciones. A la mañana siguiente, cuando Margarita, la empleada doméstica, llegó a trabajar, César ya había salido de la casa.
Celia fingió, como si no hubiera pasado nada, y desayunaba sola. Cuando Margarita terminó la limpieza y salió del cuarto, le preguntó a Celia con curiosidad:
—Señorita, ¿parece que hay muchas cosas menos en la casa?
Celia se detuvo por un momento: incluso la empleada lo descubrió, pero su supuesto esposo no le había preguntado nada. Era evidente que a él no le importaba nada.
Ella le sonrió con amargura.
—Esas cosas ya son viejas, así que las tiré a la basura. No son importantes.
Al escucharlo, Margarita no insistió más.
***
Al mediodía, Celia recibió una llamada de Samuel, informándole sobre una cirugía urgente. El paciente estaba en una situación muy crítica, y el único cirujano experto en neurocirugía estaba de viaje. Así que, en ese momento, ella era la única capaz de hacerse cargo de eso.
Celia acudió a la clínica, se cambió el uniforme y entró a la sala de emergencias. Todos los médicos principales estaban allí, así como Sira.
Todo el espacio estaba impregnado de un fuerte olor a sangre. A diferencia de otros médicos que se acercaron a examinar la herida del paciente, Sira ni siquiera se atrevió a acercarse, esforzándose por controlar las ganas de vomitar.
—Celia, qué bueno que has llegado. —Le dijo el anestesista mientras se acercaba. —El paciente se cayó de un andamio. Acaba de ser traído a la clínica y ahora está en coma.
Al ver la grave condición del paciente, Celia no pudo evitar contener la respiración. Una varilla de acero de veinte centímetros le atravesaba la cabeza y salía por uno de sus ojos; aunque el paciente estaba inconsciente, aún tenía signos vitales. Ya era un verdadero milagro.
Conteniendo las náuseas, Sira le dijo a Celia:
—¿En serio puedes arreglar la situación? Con un pequeño error, ¡el paciente perderá la vida!
—Si yo no puedo, ¿tú puedes?
La pregunta de Celia hizo que la cara de Sira se tornara sombría.
Celia se puso los guantes y ordenó a los otros médicos:
—Primero, debemos realizar una craniectomía para descomprimir su cerebro y limpiar los coágulos de sangre.
El anestesista y los demás asistentes ya estaban listos. Sira dudó.
—¿Debería quedarme a ayudar?
—Sal de aquí. —Le respondió Celia.
Había visto cómo Sira reaccionó ante la situación y sabía que su presencia no serviría de nada.
—Pero…
—Sira, ahora la vida del paciente está pendiente de un hilo. Debes salir a calmar a su familia. —La urgió uno de los médicos.
Ningún cirujano de la Clínica Central se atrevía a hacer esta cirugía, porque cualquier pequeño error podría arruinar toda su carrera profesional. Además, todos habían visto cómo se comportaba Sira; si no fuera por su respaldo poderoso, ya la habrían reprendido.
Avergonzada, salió del quirófano.
***
Después de confirmar que no había daños en el tronco encefálico y que no había lesiones vasculares significativas, Celia y todo el equipo tardaron cinco horas en sacar la varilla de la cabeza del paciente, y luego realizaron una cirugía de reconstrucción de cráneo.
El proceso no terminó hasta atardecer. Cuando vieron que los signos vitales del paciente se estabilizaban, se aliviaron. Al terminar, los demás médicos se apresuraron a informarle a su familia. Celia, por su parte, fue a la oficina del director.
Samuel estaba muy emocionado por el éxito de la cirugía.
—Celia, gracias.
—No puedo darme todo el crédito. Todo el equipo cooperó muy bien y el paciente tiene mucha suerte, porque la varilla no dañó ninguna estructura importante del cerebro. De lo contrario, ni Dios lo podría ayudar.
Samuel asintió y luego intentó retenerla.
—¿Realmente no vas a reconsiderar tu solitud de traslado?
Él reconocía mucho las habilidades de Celia: no solo era la cirujana más joven, sino que también era mujer, algo muy raro en el campo médico. Rivale era una ciudad muy pequeña y las remuneraciones allí no estaban al mismo nivel que en la capital. Si ella dejaba un puesto tan bueno para ir a trabajar en la Clínica Santa María de Rivale, sería una lástima.
Celia le sonrió, rechazando su propuesta con la cabeza.
—Ya lo he decidido. No se preocupe, si necesita mi ayuda en el futuro, vendré si tengo tiempo libre.
Al escucharla, Samuel no insistió más.
Celia salió de la oficina y se encontró con César. Se detuvo y quería decirle algo, pero él pasó por ella sin mirarla, mientras le decía:
—Doctora Sánchez, tengo algo que decirte.
Se dirigieron juntos al balcón. Como acababa de terminar una cirugía difícil, Celia le preguntó muy cansada:
—¿Qué quieres decirme…?
—¿Por qué la pusiste en vergüenza en el quirófano?