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Por que 284

Por que 284

Capítulo 284 

Nicolás miró a Celia, como si quisiera confirmar algo, y luego se fue tranquilo. Al ver que su hijo se iba así, Adela también se despidió y no se quedó allí más. 

La habitación se quedó de nuevo en silencio. César se acercó a la cama sin prisa y le acomodó la manta a Celia. 

-La abuela se enteró de que estabas herida. Está muy preocupada. 

Celia arrugó ligeramente el entrecejo y soltó un leve “hum”. 

-Me pondré en contacto con ella más tarde. 

-La mano derecha de Sira ya quedó inútil —dijo César con total calma. 

Estaba tan sereno que, cuando sus miradas se encontraron, Celia no pudo detectar la más mínima emoción en sus ojos. 

-Tampoco volverá a aparecer frente a ti. 

Celia apretó instintivamente los puños. En estos seis años, había sido testigo de la crueldad de este hombre, pero, solo hacia ella. Sin embargo, la decisión con la que actuó ahora contra Sira era algo que ella nunca había anticipado en absoluto. 

¿Acaso todos los hombres eran iguales? Cuando aman a una persona, pueden consentirla casi ciegamente; y cuando dejan de amarla, ¿la tratan con crueldad e indiferencia? 

-¿En qué piensas? 

De pronto, él se le acercó. Su aliento, tan cercano, se entrelazó con el de ella. La yema de sus dedos, acariciaba con suavidad la mejilla tierna de Celia. Ella leyó la contención en sus ojos: quería besarla. Se reclinó hacia atrás, liberándose de su palma. 

-César, si yo hubiera sido quien apuñaló a Sira, ¿me tratarías como la trataste a ella? preguntó ella, impasible. 

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César se tensó casi imperceptiblemente. Luego, su mirada se volvió impenetrable. No respondió a su pregunta. Al menos, no quería mentirle. Si hubiera sido el él del pasado… No se atrevió a darle ninguna garantía. 

Celia ya entendió su actitud y soltó una risita. 

-Pensé que, para complacerme, dirías que no. 

-Celia, lo siento -dijo él, con la respiración acelerada. 

-Si de veras lo sientes, ¿podrías…? 

-No. 

Celia se quedó sin palabras. 

La mirada de César se clavó en ella, y su voz sonó ronca. 

-Nunca me divorciaré. 

-¿Qué sentido hay si mantenemos una relación aburrida como ahora? -Ella no lo 

entendió. 

-Puedo aceptar que ahora no me ames, pero me esforzaré por conseguir tu amor —dijo él, acariciando su cabello. Haré todo lo posible para tener un lugar en tu corazón. 

Celia guardó silencio y luego desvió la mirada. 

-Tengo sueño. 

Sin esperar su respuesta, se dio la vuelta y se acostó de espaldas a él. César sabía que ella lo estaba evadiendo, pero no la confrontó. Solo le arropó bien la manta. 

*** 

César se quedó en la clínica cuidándola durante más de una semana, hasta que ella recibió el alta. Pero ella no quería volver a vivir en Montaña Dorada y pidió regresar a su apartamento 

en Jardín Rosal. 

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Capitulo 294 

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Nicole, en el asiento del conductor, miró a César por el retrovisor, esperando su decisión. César arrugó ligeramente la frente, pero no dijo nada. Le hizo una seña a Nicole para que arrancara el auto. Cuando llegaron a Jardín Rosal, César entró al ascensor con ella. Celia ingresó la contraseña y empujó la puerta para entrar. 

Él la siguió. Al entrar, escaneó la entrada: no había zapatos de hombre en el zapatero, ni 

rastro de que un hombre viviera allí. Dejó escapar una sonrisa casi imperceptible.1 

-¿Estás satisfecho ya? No estoy viviendo con Nicolás -Celia se volvió a mirarlo. 

Él tocó con interés una figurita de un gatito sobre el mueble de la entrada. 

-Con el dinero que te di, podrías comprar un apartamento mejor en Rivale. 

-Pero tengo que pagar el tratamiento médico de Carlos. 

Él se detuvo y la miró. ¿Sabía ella que no era hija de la familia Sánchez? Dejó la figurita y se 

acercó a ella. 

-En cuanto a los gastos médicos, yo me encargaré. 

Celia no dijo nada. 

En ese momento, sonó el timbre de la puerta y César se adelantó a abrirla. El hombre parado 

al otro lado de la puerta se quedó sorprendido al verlo. 

-¿Señor Gómez? -César entrecerró los ojos. 

Celía lo apartó para ponerse entre ambos. 

Doctor Gómez, ¿cómo sabía que yo estaba en casa? 

-Vi el auto del señor Herrera estacionado abajo y lo supuse. 

-Solo subió a ver mi casa. Enseguida se va. 

La alegría en los ojos de César desapareció. 

-Me quedo a vivir aquí -declaró. 

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