CapÃtulo 256Â
Izan, que se encontraba junto a Antonio, al oÃr esto miró a Celia y reconoció a la joven que habÃa visto en la capital. Admitió que la habÃa visto junto a César durante su encuentro. Ante esas palabras, todos, excepto Antonio, comenzaron a cuchichear.Â
Aunque valerse de conexiones no era algo raro, eso se limitaba a cÃrculos de poder. En el ámbito académico se valoraba más la capacidad real. Los antecedentes y contactos solo servÃan como base para ampliar redes. Especialmente, para figuras como Antonio e Izan, no necesitaban a quienes solo tenÃan apariencia sin sustancia.Â
Cuando todos esperaban que Celia fuera expulsada del evento, Antonio apretó la cruz colgada en su muñeca y le dijo a Izan:Â
-Quiere conocer a mi alumna, ¿cierto?Â
-Claro. Asintió.Â
Antonio hizo señas a Celia para que se acercara, rodeándola con el brazo por los hombros.Â
-Es ella, Celia Sánchez.Â
Todos se sorprendieron. La cara de Sira pasó de verde a blanco, con expresión devastadora. ¿¡Celia era discÃpula de Antonio!? ¡Eso no podÃa ser!Â
-¡Cielos! ¿En serio? – Izan pareció asombrado.Â
-SÃ, es la joven con más talento quirúrgico que seleccioné.-Antonio mostró orgullo.Â
Sira apretó los puños. Tanto Antonio como su propio profesor veÃan a Celia, ¡que no era el resultado que esperaba! Conteniendo el dolor residual en sus mejillas, mordió su labio.Â
-Celia, ¿eres la alumna del doctor Gómez…? ¿Por qué no lo dijiste antes? Por tu culpa tuvimos este malentendido… -Se quejó ella.Â
-Que sea o no alumna de mi maestro no requiere tu validación -Celia le refutó de nuevo, sin consideración. Los demás, que no entendÃan la situación, murmuraban a sus espaldas.Â
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-¿Por qué ella muestra esta actitud? La señorita Núñez ya explicó que hubo conflicto por un malentendido, ¿no? Pero ella sigue siendo tan arrogante, sin querer resolver el problema.Â
-Con el apoyo de su maestro, ¿por qué temerÃa?Â
-Pero la señorita Núñez tampoco se disculpó. Además, ¿ella podrÃa insultarla si no fuera la alumna del doctor Gómez?Â
A Sira se le enrojecieron los ojos, al borde del llanto.Â
-Maestro Adler, lo siento, lo he decepcionado. No imaginé que serÃa tan rechazada aquÃ… -Sollozó ante Izan.Â
Él no comprendÃa su conflicto con Celia e intentó hacer que Antonio mediara el conflicto. Celia soltó una risa con desinterés y habló con expresión impasible:Â
—Si pretende que me reconcilie con quien destruyó mi matrimonio y mató a mis padres, preferirÃa dedicarme a limpiar baños.Â
Luego, tomó la mano de Antonio y añadió:Â
-Maestro, no puedo hacerlo.Â
Los presentes no sabÃan si sus palabras eran ciertas, pero semejante falta de diplomacia parecÃa despiadada en esa ocasión. Para sorpresa de todos, Antonio le dio unas palmadas con suavidad en la espalda.Â
-Si no quieres, nadie puede obligarte —dijo él, luego miró a Izan—. Lo siento, no permitiré que mi alumna sufra injusticias.Â
Izan comprendió el mensaje y no insistió más. Pronto, Celia acompañó a Antonio al interior del salón. Cuando Sira intentó seguirlo, su asistente la detuvo.Â
-El maestro dice que mejor no ingreses hoy.Â
-¿Qué significa esto? -No podÃa creer lo que habÃa escuchado.Â
-El doctor Gómez es el iniciador del proyecto de nanoterapia. Somos socios, pero ustedÂ
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ofendió a su alumna favorita y lo dejó en gran vergüenza. Que no la expulse del equipo ya es un esfuerzo por protegerla. ¡No le causes más problemas!Â
Tras decirlo, el asistente se marchó. Sira se quedó bloqueada fuera del salón, pronto escuchó las risas y los brindis desde el interior. Sus ojos se enrojecieron de rabia. “¡Celia era tan odiosa!”, pensó.Â
***Â
Celia permaneció hasta el final del banquete en la tarde. Tras despedirse del equipo de Izan,Â
este miró a su distraÃda alumna, intuyendo la causa.Â
-¿Esta Sira es la que se involucró con ese maldito de César?Â
Ella volvió en sÃ, tomando el brazo de Antonio mientras bajaban las escaleras.Â
Eso no importa. Lo crucial es que mató a mis padres.Â
-¿No denunciaste a la policÃa?Â
No tengo evidencias -Celia bajó la mirada, algo desanimada-. Alguien cubre sus huellas. Aunque la denunciara, pronto la liberarÃan.Â
Antonio se detuvo, mirándola con seriedad.Â
-¿Sufriste tantas injusticias en la capital? ¿Por qué no me lo contaste?Â
-No querÃa causarle problemas. —Ella apretó los labios.Â
Conociendo su carácter, Antonio cerró los ojos y suspiró profundo.Â
-Pensé que con el apoyo de la anciana Herrera al menos no sufrirÃas injusticias. No imaginé esta situación. También es mi culpa… Estaba tan ocupado que no indagué sobre tuÂ
bienestar.Â
—No, es que yo no querÃa preocuparlo. Además, ya pidió a Alfredo que me cuidara, ¿no? No podÃa causarte más molestias.Â
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Antonio pareció un poco confundido.Â
-¿Yo pedà a Alfredo que te cuidara?Â
Celia también mostró confusión.Â
-¿No fue asÃ?Â
Al verlo pensativo, ella comprendió la verdad.Â
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