La psicóloga, Miranda Mora, trazó un círculo con su bolígrafo alrededor de las palabras “cambio traumático” y “ruptura matrimonial” en el papel.
-Doctora, ¿es grave mi condición? Después de todo, es cierto que tuve el impulso de matar a una persona cuando estaba fuera de control -preguntó Celia, inquieta, apretando su bolso.
En casa de herrero, cuchillo de palo. Aunque ella era doctora, ante este problema, se sentía impotente. Miranda guardó el bolígrafo, luego le explicó con paciencia.
-En general, el resultado de la evaluación psicológica aún está dentro del rango normal. Ahora muestra una leve tendencia a la violencia en ciertas ocasiones y depresión. Cómo se ha reprimido durante tanto tiempo. La represión prolongada es un factor importante en los daños psicológicos.
Celia guardó silencio.
Luego añadió:
-El impulso homicida solo ocurrió una vez, ¿cierto?
Ella asintió con la cabeza.
-¿Dirigido contra solo una persona?
-Sí.
– Sí.
-Es un tipo de estrés específico. —Analizó Miranda con la barbilla apoyada en una mano-. Ocurre solo ante objetos o situaciones específicas, desencadenado por factores externos.
Celia apretó los labios. Ella tenía razón. Si ese día Sira no la hubiera provocado, ella no habría querido
matarla.
-Le recomiendo algunos tranquilizantes. Puede conseguirlos en farmacias o clínicas. Además, aquí tiene mi WhatsApp, para cualquier consulta posterior -dijo, mientras le escribía una receta.
-De acuerdo. Mil gracias.
Celia la añadió a WhatsApp. De vuelta a la Clínica Central, primero buscó a Estrella para que le ayudara a conseguir los medicamentos. Tan pronto como volvió a su oficina, se fue de nuevo para atender a una consulta urgente, dejando los medicamentos sobre el escritorio.
Nicolás vino a su oficina para buscar a Dylan, pero en la oficina solo estaba Aurora.
¿Buscas a Dylan? Hoy se tomó medio día libre. – Había adivinado su propósito.
Nicolás asintió y se iba a ir. En ese momento, su mirada se posó en el escritorio de Celia: había una
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bolsa de tranquilizantes y vitaminas neurales. Echó un vistazo a la bolsa y salió sin detenerse mucho.
Mientras tanto, ella acababa de llegar al consultorio. Al abrir la puerta y ver al hombre dentro, se detuvo en seco, apretando las manos mientras se acercaba.
-¿Por qué estás aquí?
El jefe de departamento le había dicho que un paciente pedía verla y ella pensó que…
-Pareces decepcionada de verme. -César se volvió lentamente.
-Sí, bastante – respondió ella, dispuesta a marcharse.
-Celia la llamó.
En el momento en que ella vaciló, él la abrazó por detrás. Ella se sobresaltó y trató de liberarse, pero la voz grave y suave del hombre llegó a sus oídos.
-No te enamores de otro.
A ella le parecía una frase muy ridícula. ¿Qué diablos había dicho ese tipo? ¿Que no se enamorara de otro? Pero, ¿con qué derecho le pedía eso? Ella mordió su labio, conteniendo las emociones que tenía
nuevamente en su interior.
-César, ¿quién te crees para decidirme eso? -le refutó con desdén.
Él le respondió con una pregunta:
-¿Me amaste alguna vez?
Celia no lo entendió. ¿Qué quería decir con eso?
-Solo quiero saber si me amaste alguna vez. —César la giró para enfrentarla, con sus ojos llenos de anhelo por una respuesta. ¿Por qué quisiste casarte conmigo al principio?
Ella evitó su mirada.
-Tú bien sabes por qué me casé contigo, ¿no?
-Si fuera por el título de señora Herrera, por el poder de mi familia, no habrías pedido el divorcio, ¿ no es así?
Ella permaneció en silencio. Él puso su mano en su mejilla y la punta de su pulgar se detuvo en el lunar de su ojo.
-Admito que no tuve tus sentimientos en cuenta en el pasado. Después de todo, casarme tan repentinamente con una extraña es algo difícil de aceptar para cualquier persona.
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Mirándola, hizo una pausa antes de continuar.
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-Pero Celia, nunca te ignoré. En la primera noche que te vi, supe que sería imposible ignorarte. En ese momento, no podía aceptar que Sira me hubiera abandonado. Creía que aún sentía algo por ella, así que temía que enamorarme de ti fuera una traición hacia ella.
Al escuchar estas frases, los ojos de ella ardieron, pero contuvo las lágrimas.
-Sí, el matrimonio fue por mi obstinación. Forzarte a casarte conmigo es la decisión que me ha causado más arrepentimiento -dijo ella, conteniéndose-. Nunca te he echado la culpa en eso. Sé que soy yo quien se buscó todas estas humillaciones y me lo merezco.
El nudo en su pecho casi le impidió a terminar las palabras. Se esforzó por mantener la calma.
-Pero después del regreso de Sira, me cargaste todo lo que ella hizo y tuve que soportar todas esas acusaciones injustas. Y tú mismo me dijiste que yo debía aguantar todo eso porque había ocupado su lugar, ¿no?
El corazón de César se dio un vuelco ante esta acusación.
