Valeria se sorprendió, y luego la miró en los ojos.
—Cuando decidiste hacer el trato conmigo, no lo dijiste así. ¿Te has arrepentido?
Sí, ella se arrepintió.
Celia bajó la cabeza para ocultar la amargura que llenaba su mirada.
—Perdóneme por decepcionarla.
Valeria cerró los ojos y suspiró.
—Vale, si quieres, hazlo. Ya te di la oportunidad. No lograste que César se enamorara de ti, pero la familia Herrera ya no te debe nada.
Una punzada de tristeza y frustración la atravesó. Celia le respondió con una sonrisa y la voz ronca.
—Gracias.
***
Cuando Celia regresó a la Villa Serenidad, donde vivía, se encontró con Sira y su hijo, seguidos de César. Llegaron en el auto de César… Al verlos, Celia se quedó pasmada, y Sira la miró con sorpresa.
—¿Celia? ¿También vives aquí?
Celia miró instintivamente a César, quien ni siquiera mostró una expresión especial. Precisamente su calma indiferente le clavó un cuchillo en el corazón.
Villa Serenidad era un barrio de lujo en el centro de la capital, parte de los negocios del Grupo Haus Inversiones de la familia Herrera. César le había dado un apartamento allí como una compensación. Como se ubicaba cerca de la clínica, ella lo aceptó. Pero, nunca esperó que él también hubiera acomodado a Sira y su hijo aquí.
Qué ridículo… Él parecía tener mucha prisa.
—Sí, qué casualidad. —Le respondió Celia, esforzándose por controlarse.
Justo cuando iba a marcharse, Sira le hizo una pregunta.
—Dicen que ya estás casada. ¿Dónde está tu esposo?
Celia se detuvo bruscamente. ¿Su esposo? Posó su mirada en César y vio la fugaz expresión sombría que apareció en su cara. Qué ridículo. ¿Él tenía tanto miedo de que Sira supiera de su matrimonio?
Pensando, habló calmadamente.
—No tengo esposo.
En los ojos siempre serenos de César pasó un brillo de descontento.
—¿No tienes esposo? Pero ya estás casada, ¿no es así? —Sira seguía sonriendo.
¿Qué ella ya estaba casada? Sí, según la información del sistema de la clínica, ella estaba casada. Sin embargo, nadie había visto a su esposo.
Forzó una sonrisa de burla y les dijo:
—Es solo una broma que hice cuando puse mi información. No tengo esposo.
¿Dijo que ella no tenía esposo? Al escucharlo, todo el ser de César emanaba un aura cargada de peligro.
Celia ya había renunciado y había decidido alejarse, tampoco se molestó en publicar su matrimonio oculto durante años.
Dejándolos atrás, Celia entró en el edificio sin mirarlos más.
***
En la noche, Celia empacó todas sus pertenencias en dos maletas grandes, y luego las colocó en el vestidor.
Su mirada se posó en la foto de su boda, en la cual ella, vestida de novia, abrazaba a César con una sonrisa radiante, en contraste con la expresión indiferente del novio.
En ese momento, ella creía que él no sonreía porque era una persona seria. Así que, aunque solo tomaron esa foto, la valoraba mucho. Ahora ya entendía la verdadera razón: César no era una persona tan seria como pensaba, y no sonrió solo porque ella no era digna de recibir su sonrisa.
Ella tomó el marco y le dio una última mirada, luego lo arrojó a la caja de cartón, donde había colocado las cosas que iba a abandonar. Tras sellarla, la dejó también en el vestidor.
Al salir del dormitorio, escuchó algunos sonidos que llegaban de la sala y entendió que César había regresado.
Cuando llegó a la sala de estar, lo vio colgando su abrigo en el perchero de la entrada y cambiándose de zapatos. Suspiró hondo y se le acercó, preguntándole:
—¿No vas a explicarme lo de hoy?
Se refirió a por qué había acomodado a Sira y su hijo en el mismo barrio.
César se quitó la corbata y le dirigió una mirada con impaciencia e indiferencia.
—¿Por qué debería? Este barrio está cerca de la clínica. Si tú puedes vivir aquí, ¿por qué ellos no pueden?
Con la corbata colgada en su brazo, él clavó la mirada en ella.
—Celia, escucha, ya conseguiste lo que querías. No seas tan codiciosa.
Esas palabras la decepcionaron. ¿Qué ella era codiciosa? Podía ser… Para él, ella logró ser su esposa, y ahora ella “cuestionó” su decisión relacionada con Sira y su hijo… Todas estas acciones reflejaron su “codicia”.
Dicho esto, César estaba a punto de entrar en el dormitorio, pero Celia lo detuvo.
—Creo que debemos hablar un poco.
César se paró y luego se dio la vuelta con evidente impaciencia. Le hizo una pregunta llena de indiferencia:
—¿Y qué más quieres esta vez?
—Quiero divorciarme de ti.
Mientras hablaba, ella se quitó el anillo y lo apretó en la mano.
—Te devolveré la libertad.