Capítulo 19
Sira se arregló con satisfacción, sonriendo levemente ante el espejo. Echó un vistazo al cubículo y luego se fue con pasos arrogantes.
Poco después de que ella regresara a su asiento, Celia también llegó. No fue hasta que la conferencia terminó por completo que, Alfredo, Celia y dos expertos de renombre en el ámbito médico, finalmente
salieron de la sala.
-Celia, Alfredo me dijo que eres la última alumna del señor Gómez. Siendo tan joven, ya eres capaz de liderar cirugías tan complicadas. Serás una médica más sobresaliente que tu maestro.
Celia le sonrió.
-Señor Montes, mil gracias por sus elogios. Todo lo que he logrado se lo debo a mi maestro.
El anciano también sonrió, bromeando:
-Hija, eres demasiado humilde, como tu maestro.
Después de despedirse de los dos veteranos, Celia bajó junto a Alfredo. Vieron a una multitud reunida mientras Sira se quejaba de que había perdido su pulsera y pedía revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad.
-Señorita Núñez, ¿dónde perdió su pulsera?
-Es un objeto muy personal. No debió dejarlo en cualquier parte.
Sira, muy triste, dijo intencionadamente al ver a Celia.
-Fui al baño y me encontré con Celia allí… Luego, mi pulsera desapareció…
Todos se sorprendieron. Entre ellos había varios que asistían a la conferencia y eran de la Clínica Central.
No le creyeron.
-¿La doctora Sánchez? No creo que haga algo así.
-No parece una persona así…
César, acompañado de varias personas, se acercó sin prisa. Miró a la multitud y preguntó:
-¿Qué pasó?
Sira se adelantó y se quejó con voz llorosa.
-Perdí la pulsera que me regalaste…
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César se puso serio. Antes de que pudiera hablar, alguien le explicó:
-La señorita Núñez dijo que, cuando perdió la pulsera, estaba con la señorita Sánchez…
Tanto los presentes como César miraron a Celia. Con los brazos cruzados, Alfredo la defendió.
-Debe haber un malentendido. Celia no es una persona así.
La defensa de Alfredo parecía avivar la furia de César. Se puso alerta y lo contradijo.
-¿Cuándo la conociste y por qué la defiendes?
Celia sintió un nudo en el pecho, como si cayera en un abismo. No pudo evitar apretar con fuerza el bolso
en su mano.
Sabía que César no le creería, pero no esperaba que él la cuestionara frente a todos, dejándola en una
situación tan difícil.
Alfredo le sonrió.
-Señor Herrera, siempre actúo con lógica, no por la amistad. Su acusación debe basarse en pruebas.
-Claro -dijo César acariciando ligeramente su reloj, y su mirada se posó en Celia-. Solo necesitamos revisar sus pertenencias para saber la verdad.
Todos guardaron silencio.
Sira bajó la mirada para ocultar su sonrisa de satisfacción, y luego habló en un tono de preocupación
fingida.
-César, no me parece apropiado revisar sus pertenencias en público.
Despreocupado, él le respondió:
-Se perdió tu pulsera. Si sospechas de ella, debes revisar sus pertenencias. ¿Por qué te parece
inapropiado?
-El señor Herrera tiene razón. La revisión aclarará las sospechas. Si Celia no robó la pulsera, no tiene por
qué sentirse incómoda.
-Exactamente.
Celia palideció, sintiendo un intenso dolor en el corazón. César quería revisar entre sus pertenencias…
Eso significaba, en esencia, que él creía que ella era una posible ladrona… Suspiró hondo para aguantar el dolor sordo en el pecho y miró a César.
-Señor, ¡nunca he robado!
-Si no, ¿por qué tienes miedo?
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Sus palabras eran afiladas, pero lógicas, y ella no sabía cómo refutarlo. Pero, era inteligente. Si Sira estaba tan segura de que la pulsera estaba en su bolso, tenía su razón. ¿Acaso…?
Sira se le acercó en ese momento y le dijo:
-Celia, como dijo César, es solo para saber la verdad. Si no hiciste nada malo, ¿por qué temes?
-Exacto, ella tiene razón. Es una petición razonable. Solo quien se siente culpable se negaría.
Sira hizo eco.
-Celia, la pulsera es muy importante para mí. Si no la tomaste, no tienes de qué preocuparte.
Dicho esto, le arrebató el bolso a Celia. Ella intentó recuperarlo, pero César la detuvo.
-Deja que lo revise.