Capítulo 168
En la casa de Rosa, ella le pidió a Alfredo que se quedara a almorzar con ellas y él no se negó. Contenta, ella fue a la cocina a preparar la comida, como si les estuviera dejando espacio y, de vez en cuando, prestaba atención a los ruidos en la sala de estar.
Alfredo tomó un sorbo de café y, al ver a Celia distraída, le sonrió: 1
-No te preocupes. Si ellas vuelven a causarles problemas, puedes pedirme ayuda en cualquier momento.
-Pero, temo molestarte… -Ella volvió en sí.
-Claro que no, tontita. -Alfredo dejó la taza-. Nada que tenga que ver contigo es una molestia.
Celia se sintió un poco incómoda por esas palabras. ¿Eran imaginaciones suyas? ¿Por qué sentía que él le estaba declarando sus sentimientos?
Alfredo notó su incomodidad. Pasó la yema del dedo por el borde de la taza y guardó silencio. ¿Aun así la había asustado? En ese momento, el celular de Celia vibró. Lo revisó y vio el nombre en la pantalla: César Herrera… Sin pensarlo dos veces, colgó la llamada. Pero muy pronto, el timbre de la puerta sonó.
Celia se sintió un poco nerviosa. Apretó el celular, pensativa. ¿Sería acaso…? Rosa salió de la cocina secándose las manos. Alfredo se levantó y se ofreció a ayudar.
-Déjame, yo abro la puerta.
Al abrir la puerta, el que vio era César… El momento en que sus miradas se encontraron, la atmósfera se volvió tensa. César sonrió con sarcasmo y se burló en un tono sombrío.
-Señor Suárez, parece tener mucho tiempo libre.
Alfredo también sonrió, sin ningún temor.
-¿Quién más tiene más tiempo libre que usted, señor Herrera?
La mirada de César se clavó en Celia. A los pocos segundos, miró a Rosa, quien se paró ahí con una expresión
sombría.
-Mi querida suegra, parece que no quiere darme la bienvenida.
Rosa apretó el delantal que tenía en las manos, pero tuvo que actuar con cortesía.
-Señor, me ha malinterpretado.
César entrecerró los ojos. Parecía sentir un leve disgusto por ese trato.
-Celia y yo aún no estamos divorciados. ¿Le parece apropiado llamarme así?
Rosa no esperó esa respuesta. Cuando iba a decir algo, Celia la interrumpió.
-¿Para qué viniste? -le preguntó.
-¿Acaso no puedo venir sin asuntos especiales? -le refutó con sus ojos puestos en la cara de Celia—. ¿O temes
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que interrumpa tu cita?
-¡César Herrera!
-Si no tiene nada que decir, ¿por qué no se divorcia de ella? -Alfredo lo enfrentó, con una expresión significativa-. Después de todo, la señorita Núñez aún lo está esperando.
Apenas terminó la frase, César lo agarró con fuerza por el cuello de la camisa. Las venas del dorso de su mano se marcaron y su mirada se volvió penetrante.
-¿No cree que se está metiendo en lo que no le conviene? -Puso su mirada en Alfredo.
—¡Basta ya, César! -Celia se interpuso.
Él le echó un vistazo y luego soltó a Alfredo. Se aflojó la corbata antes de dirigirse a él.
-Paco está bastante herido. ¿No irás a verlo?
Alfredo, que estaba arreglando su camisa, se detuvo en seco.
-Se lo buscó él solo -respondió.
—Ah, ¿sí? —César soltó una risa con desprecio—. ¿No sientes curiosidad por lo que me dijo?
Él también sonrió.
-Celi ya lo sabe.
Ella sabía que Alfredo se refería a echarle la culpa a César. Guardó silencio. 1
-¿Nada más que echarme la culpa? –La sonrisa de César se desvaneció un poco y terminó sus palabras con frialdad-. Tú sabes muy bien cómo la esposa de Felipe logró evadir la investigación.
La expresión de Alfredo se ensombreció. Celia lo miró con confusión, sin entender a qué se había referido César. Él inhaló antes de responderle, con calma.
-Señor Herrera, en todo hay que presentar pruebas.
-Tengo las pruebas. -César se detuvo a su lado, hombro con hombro-. Pero, no sé si usted podrá aceptar las consecuencias.
El guardó silencio, mostrando una sombría expresión que nunca antes había tenido. Al verlo así, César se acercó a Celia y rodeó sus hombros.
-Bueno, muchas gracias, pero no creo que necesite su ayuda para proteger a mi propia esposa.
La mano apretada de Alfredo se relajó poco a poco.
-Bien. Disculpe por las molestias. -Se disculpó, antes de darse la vuelta e irse.
-Alfredo… -Rosa quería detenerlo, pero al pensar que César aún estaba allí, por miedo a enfadarlo, desistió.
Poco después de que Alfredo se fue, Nicole entró con cuatro guardaespaldas y dos sirvientes. Hizo un gesto
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cortés para saludar a Rosa y Celia. Rosa, confundida, le preguntó:
-¿Y ellos?…
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–Celia no se siente tranquila dejándola sola en casa. -César abrazó la cintura de Celia con más fuerza, quien aún no reaccionaba y miró a Rosa-. Para prevenir que ocurra lo de hoy, en el futuro, ellos la protegerán y seguirán sus órdenes.
-Señor Herrera, gracias por su consideración, pero… —Ella se sentía más preocupada que alegre.
Él sonrió sin decir nada. Su mirada se centró en la expresión indiferente de Celia. Al ver que permanecía impasible, su sonrisa disminuyó un poco.
El almuerzo que prometía ser agradable se arruinó con la aparición de César. Celia ni siquiera pudo quedarse a almorzar con Rosa, porque él se la llevó sin dejar oportunidad para negociar. Durante el camino, su mirada permaneció fija en el paisaje fuera de la ventana, en silencio.
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