Capítulo 152
Celia no esperó ese pensamiento de Rosa e intentó explicarle, sintiendo impotencia.
—Mamá, Alfredo y yo no tenemos el tipo de relación que piensas…
-Lo sé. Solo espero que lo consideres cuando llegue el momento adecuado. Rosa la persuadió con mucha paciencia tomando su mano. La relación se profundizará con el paso del tiempo.
Celia quedó sin palabras. ¡Ni siquiera se había divorciado..!
Pronto, Alfredo regresó después de la llamada. Su semblante estaba serio, aunque no lo había controlado.
-Lo siento mucho, Celia, señora. Tengo algo urgente que atender, así que no podré quedarme a cenar.
Rosa se sintió un poco decepcionada por eso. Había querido promover el proceso de la relación entre los jóvenes durante la cena… Bueno, ella no tenía tanta prisa, así que le hizo un lindo gesto sonriendo para despedirse.
-Está bien, no te preocupes. Venga cuando tenga tiempo libre.
Alfredo le echó un rápido vistazo a Celia y luego se fue sin decir nada más.
En las afueras desoladas del distrito oeste de la capital había un terreno desierto destinado a un proyecto de desarrollo. Había permanecido vacío durante mucho tiempo. Casi no había rastro alguno de gente por los
alrededores.
En ese momento, una grúa estaba trabajando. Un hombre, atado con una cuerda a un cable de acero, fue colgado en la grúa con los pies suspendidos en el aire. Ahora ya estaba a la altura de al menos a seis o siete metros. Bajo sus pies, había un enorme tanque de vidrio, lo suficientemente grande como para albergar a un adulto. Dentro del tanque nadaban bancos de pirañas negras con dientes afilados.
Tan pronto el hombre despertó, se dio cuenta de que estaba colgado en lo alto. Se estremeció de miedo y gritó
asustado:
-¿¡Quiénes son!? ¡Bájenme!
César bajó del auto, abrochando despreocupadamente los botones de su traje mientras se acercaba al hombre.
El operador de la grúa bajó al hombre despacio. Justo cuando sus pies estaban a punto de tocar el tanque, se detuvo en seco.
-Usted… ¿es el señor Herrera?
Al distinguir a César, su expresión cambió de forma drástica.
César jugueteó con el anillo en su dedo anular, con una sonrisa irónica.
-Con el respaldo de Manuel Cruz, si no hubieras hecho esto, tendrías un futuro prometedor en la comisaría -le dijo.
Paco Rivera palideció visiblemente.
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Capitulo 152
-No sé de qué habla, señor. Ya recibí mi castigo y fui destituido. ¿Por qué no me deja en paz?
César lo miró indiferente.
-¿Qué te prometió Alfredo Suárez?
-¿Quién es Alfredo Suárez? No lo conozco…
Lo conoces.
-¡No lo conozco! ¡No he mentido! -gritó a todo pulmón Paco.
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Un guardaespaldas se le acercó y le hizo un corte en la pantorrilla. Aterrorizado, Paco soltó un grito desgarrador de dolor. Su sangre goteó en el tanque. Las pirañas, al percibir el olor de la sangre, se agitaron con violencia. Paco miró hacia abajo y solo entonces supo de la existencia de esos animales terroríficos.
-¿¡Qué pretenden hacer…!?
De pronto, el operador lo bajó. En el instante en que sus pies se sumergieron en el agua, Paco sintió un dolor agudísimo. El desgarro y el terror psicológico amplificaron cientos de veces el dolor. La sensación era como si le estuvieran desgarrando los huesos en vida.
Cuando el operador lo elevó de nuevo, sus pies ya estaban empapados en sangre, con toda su carne destrozada por las mordeduras. Las gotas de sangre caían a borbollones al agua, haciendo hervir a las pirañas durante un largo rato.
En ese momento, Paco, atormentado por ese dolor intenso, ya había perdido por completo el color. -Lo… lo siento… Señor… se lo diré todo… No me torturen más…
-Saber cuándo ceder es la mejor decisión.
César hizo una señal. El médico personal que había esperado de cerca se acercó corriendo con un botiquín para detener la hemorragia y tratarlo.
Después de tal tortura, Paco ya no se atrevía a resistirse. En especial frente a alguien tan despiadado como César Herrera. Después de todo, la vida era lo más importante.
—El señor Suárez me prometió que, si yo le echaba la culpa a usted, una vez que pasara el problema, me enviaría al extranjero.
César entrecerró los ojos.
-¿Te refieres a lo de Carlos? ¿Te pidió que me echaras la culpa a mí?
-Sí… No me atrevo a mentirle. Ese día vino a verme para investigar lo de Carlos. En ese instante también tenía miedo de que la verdad saliera a la luz. Al principio intenté engañarlo, pero de pronto se ofreció a ayudarme, siempre y cuando lo señalara a usted como el responsable del caso…