Capítulo 139
El abogado envió el acuerdo de divorcio a la oficina de César como documento urgente, dirigido a César Herrera. Al ver que era un documento urgente y confidencial, además dirigido a César, el personal de recepción lo dirigió
a Nicole.
Nicole recibió el documento y, cuando vio la dirección de remitente de un bufete jurídico del distrito sur, sintió cierta confusión. Pero, pensando que los documentos confidenciales urgentes por lo general involucraban contenido solo para los ojos del destinatario, contuvo su curiosidad. Llevó el documento a la oficina y le informó a César con cortesía.
-Jefe, es un documento para usted. Proviene del bufete jurídico del distrito sur.
César estaba absorto revisando un contrato. Al oírla, alzó la mirada y extendió la mano para recibir el documento que Nicole le entregaba. Justo al abrirlo, su celular sonó.
Enseguida desvió la mirada hacia la pantalla para ver quién llamaba. Cuando vio que era una llamada de la clínica, lo tomó y contestó. No se supo qué le dijo la otra parte, pero él primero emitió un “hum” y luego le respondió de manera breve:
-Bien, ya lo sé.
Colgó y, con total naturalidad, dejó el documento en su mano a un lado. Se cubrió el entrecejo con la palma de la mano, masajeándose con suavidad la cabeza adolorida.
-Pon a alguien a vigilar a Alfredo Suárez–le ordenó con los ojos cerrados.
Nicole lo miró. Sin hacer más preguntas, aceptó obedientemente la tarea.
-Entendido.
***
Después de completar los respectivos trámites de alta, Celia y Rosa bajaron las escaleras y encontraron a Alfredo recostado contra su auto, esperándolas.
Ese día llevaba una camisa de mezclilla, una camiseta blanca debajo y un pantalón negro recto metido en unas botas martín. De por sí era apuesto y no aparentaba su edad, con este atuendo, cualquiera podría pensar que era un universitario.
Celia casi no lo reconoció.
-Alfredo, ¿por qué estás aquí? -Se sorprendió.
-Yo lo llamé -Rosa sonrió-. Prometí invitarlo a comer en casa. Después de todo, nos ayudó mucho con los asuntos de tu padre.
Alfredo alzó una ceja y abrió la puerta del auto para dos. El auto avanzó con lentitud por el camino estrecho.
Rosa, sentada en el asiento del copiloto, no paraba de preguntarle a Alfredo sobre asuntos personales: si estaba casado, si tenía novia, si había alguien que le interesara. Alfredo estaba al borde del colapso ante esas preguntas. Al final, fue Celia quien intervino para salvarlo.
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Capítulo 139
Mamá, quien no sepa pensará que estás eligiendo a un yerno.
Rosa se devolvió a mirarla.
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Alfredo es un joven apuesto, ¿cómo va a ser yerno? Según veo… -Rosa los miró a los dos, con una sonrisa cómplice en los ojos, y continuó-: Sí puede ser mi yerno, ¿qué te parece?
Celia no esperaba eso. Alfredo, en el asiento al volante, levantó la mirada justo hacia el espejo retrovisor. Sus miradas se encontraron casi al mismo tiempo. Ella apartó de inmediato la mirada incómoda y se tocó la nariz para tratar de ocultar su vergüenza.
-A mi mamá le gusta bromear, Alfredo, no le hagas caso le explicó.
Alfredo sonrió.
-Tranquila, no me molesta.
Rosa suspiró en ese preciso momento.
-Alfredo es un muchacho tan bueno. Qué lástima… si lo hubiéramos conocido antes…
Si su hija no se hubiera casado con César, sino con Alfredo, quizás todo habría sido diferente.
Al llegar a la casa, los tres bajaron del auto. A Rosa de repente recordó que aún no había comprado los ingredientes. Se volteó hacia ellos y les dijo:
-Tengo que ir a comprar los ingredientes. Si voy ahora al mercado, aún puedo elegir cosas frescas. Apenas dio unos pasos y volvió a preguntarles:
Alfredo, ¿qué te gusta comer? ¿Tienes alguna restricción?
Frente al entusiasmo de Rosa, Alfredo se quedó un poco aturdido antes de responderle sonriendo: –No, señora.
-Bien. Celia, atiende bien al invitado, ¿de acuerdo?
Después de dar todas las instrucciones, Rosa se fue sonriendo.
-Al verla así, te sentirás más tranquila, ¿cierto?-preguntó Alfredo, dándose la vuelta para quedar justo frente
a ella.
Ella alzó la mirada.
-Sí, y tengo que agradecértelo.
Alfredo la miró a los ojos, alzando una ceja.
-Conmigo no hace falta ser tan formal, ¿no crees? -Sonrió.
Ella quedó sorprendida. Justo cuando iba a decir algo, su mirada se posó de manera involuntaria detrás de él. A lo lejos, un Rolls–Royce estaba estacionado a la sombra de un árbol. La ventanilla trasera se bajó con lentitud, revelando así la cara con rasgos esculpidos de un hombre llena de sombras. Su mirada se detuvo de forma abrupta en ella.