Capítulo 137
Al haber un extraño presente, Rosa se secó las lágrimas y se levantó lentamente.
-Alfredo, mil gracias por su asistencia -lo saludó con cortesía.
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Durante esos tres días, Alfredo las había ayudado en todos los arreglos funerarios de Fabio, por lo que Rosa tenía una buena impresión de él. Alfredo se inclinó con un gesto caballeroso.
-Temía que necesitaran ayuda.
Rosa sonrió con amargura.
-Ya no nos queda mucho que hacer. Tras enterrarlo, todo terminará. No hace falta ninguna ceremonia solemne.
Después de todo, su esposo, en el más allá, tampoco querría ver de nuevo la escena de minutos atrás…
Rosa enterró las cenizas de Fabio en el cementerio público en presencia de solo cuatro personas: Celía, Alfredo, su chofer y ella misma. Así se dio por terminado el funeral.
**
En la casona de la familia Herrera, César miraba distraído la pantalla de su celular: Celia llevaba tres días enteros sin regresar a casa, ni siquiera le había hecho una llamada ni le había enviado un mensaje de texto.
-¡César! -Marta irrumpió furiosa en el estudio-. ¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre dejar que ese bastardo se quede en nuestra casa?
César guardó el celular y levantó la mirada.
Solo es un niño.
-Si no es tu hijo, ¡por qué te preocupas tanto! -Marta estaba a punto de explotar de ira-. O sea, ¿no quieres tener los tuyos y si quieres encargarte de ajenos?
César se frotó las sienes adoloridas y cerró los ojos para descansar un poco. Sus cara mostraba un claro agotamiento.
-No te preocupes, él solo se quedará por unos días.
-Escucha, ¡yo no estoy de acuerdo!
Él sonrió.
-Nunca he pedido que lo cuides.
-¡César Herrera! ¿De verdad no entiendes o solo estás fingiendo? Si lo dejas aquí, ¿qué pensará la gente cuando se sepa? ¿Y qué pensará Celia?
Marta habría querido abrirle la cabeza para ver si compartía cerebro con su padre y si pensaban igual….
César se aflojó un poco la corbata con una mano.
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-A usted no le cae bien, ¿no es así?
–No, ¡pero aún tengo algo claridad! ¡Ella sigue siendo mi nuera! En lugar de hablar por ella, ¿acaso debo defender a tu amante?
Parecía que a César no le agradaron estas palabras. Sus cejas se tensionaron enseguida.
Sira no es mi amante.
–Con tu estúpida actitud, si dices que no has tenido nada con Sira, ini siquiera yo, tu madre, te creo! -refutó Marta despectiva.
-El que es inocente no necesita demostrarlo ante nadie… No necesito que nadie me crea.
César salió de la casona. Nicole, que esperaba afuera, recibió una llamada de alguien y se le acercó.
–Jefe, acabo de recibir una noticia. Fabio murió. La señorita Sánchez ha estado ocupada con los arreglos funerarios de su padre estos tres días.
César detuvo en seco su movimiento para subir al auto. Su mirada se posó en Nicole.
-¿Cuándo pasó eso?
Nicole bajó con timidez la cabeza.
-Hace tres días… Dicen que la ambulancia llegó demasiado tarde. Ya se había pasado el periodo dorado de
tratamiento…
César se desabrochó los dos primeros botones de la camisa. Su expresión se tornó cada vez más sombría. Al final, no dijo nada y se subió al auto.
Por la noche, después de que Rosa se durmiera, Celia regresó a Villa Serenidad para recoger su ropa, planeando mudarse de vuelta para vivir con Rosa por un tiempo.
Al abrir la puerta, encontró la sala iluminada.
César estaba sentado frente a la barra, fumando. En el cenicero había al menos una decena de colillas, superando con creces su cantidad habitual.
En su memoria, él no era tan fumador, solo lo hacía de manera ocasional. Aunque el extractor ya estaba encendido, aún se podía percibir un leve olor a cigarro en la sala.
Él la miró, apagó el último cigarrillo y su voz ya sonó áspera y baja.
-Celia.
Ella pasó junto a él sin inmutarse y se cambió de zapatos en la entrada sin responderle. Se dirigió al dormitorio, tomó la maleta y comenzó a empacar su ropa.
César entró a la habitación y, al ver la escena, se acercó y la agarró del brazo.
-¿A dónde vas?
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Celia, con la mano libre, le dio dos cachetadas en la mejilla izquierda. Cuando intentó continuar, él le atrapó con fuerza la muñeca.
Basta, Celía!
-¡Claro que no! -Celia lo miró fijamente.
En sus ojos había furia, una lucha interna y el yugo de la razón. El hombre que alguna vez fue su amor más ardiente y apasionante, ahora solo le causaba un profundo resentimiento y odio.
-César Herrera, tú y Sira Núñez son iguales. ¡Todos ustedes merecen morir!