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Capítulo 125
Un destello de lástima pasó fugazmente por los ojos de Valeria. Pero sabía perfectamente que, en cuestiones del amor, nada se podía forzar. Esos seis años de matrimonio que Celia había obtenido, con su favor de haber salvado a César hacía años, también habían sucumbido ante una verdad cruel pero innegable: Lo forzado nunca da frutos.
Mientras Celia y Valeria se alejaban, Rocío apareció de detrás de una columna, boquíabierta.
¿Divorcio? ¿Había escuchado mal? ¿Esa perra de Celia quería a divorciarse de César? Ahora todo tenía sentido… No era de extrañar que, por más que la insultara, Celia siempre permaneciera indiferente.
-¡Esto no puede ser! -murmuró.
Al obtener el paradero de César de una sirvienta, decidió ir al campo de golf donde él estaba.
***
Vestido de sport, César tenía cada ángulo bien calculado con precisión quirúrgica. Estaba muy familiarizado con todos los obstáculos en cada ruta. Con la fuerza adecuada, golpeó la pelota. Con solo dos golpes, logró meter la bola en el hoyo.
El caddie le entregó una botella de agua. Él la aceptó y dio un sorbo. En ese momento, Rocío apareció y se le acercó corriendo.
-¡César! -Lo llamó en voz muy alta.
Tras beber el agua, le devolvió al caddie la botella antes de preguntarle a Rocío:
-¿Qué ocurre?
-¿Es cierto que Celia quiere divorciarse de ti?
Todos los sirvientes contuvieron la respiración, sin atreverse a hacer ningún ruido. Se hicieron pasar por sordos, fue como si no hubieran oído nada.
César ajustó su guante sin mirarla.
-No digas tonterías.
-¡Escuché que la abuela y ella hablaron de este tema! -insistió Roció, bloqueando su tiro-. ¡Esa desagradecida se atreve a proponerte el divorcio! Si alguien debe pedir el divorcio, ¡debes ser tú, no ella! ¿Con qué derecho lo hace? Después de todo lo que…
La voz cortante de César la interrumpió. Él retiró la mirada de la pelota y luego la clavó en ella, con cierta furia oculta.
-Rocío, tu papá te envió a estudiar en el extranjero. ¿Ni siquiera aprendiste qué es el respeto básico?
Estas palabras la asustaron. De inmediato, sus ojos ya se llenaron de lágrimas.
-César… Nunca… nunca me habías regañado así por ella…
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Capítulo 125
-¿Acaso lo hacías frente a mi nariz antes?
-Pues…
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Rocío tragó saliva. Era cierto. Siempre había criticado a Celia a sus espaldas, cuando César ni siquiera estaba cerca de su esposa. ¿Cómo era posible que ella pudiera quejarse de Celia en su presencia?
Pero, todo había cambiado desde el regreso de Sira….
-¡Pero tú sí lo sabías! ¡Y nunca me detuviste! -protestó Rocío.
-Si a ella no le importaba, ¿por qué habría de intervenir? —dijo César ajustando sus puños y luego su reloj en la muñeca―. De todos modos, no quiero volver a oír esas tonterías, ¿me entiendes?
Dicho esto, salió del área de salida.
Al verlo alejarse, Rocío pateó el césped, furiosa. Un pensamiento cruzó su mente y le causó un escalofrío: ¿acaso César se había enamorado de Celia…? Con manos temblorosas, llamó a Sira.
***
Al otro lado de la ciudad, Sira acababa de salir de la ducha envuelta en una toalla. Su piel, así como sus mejillas, estaban marcadas con rastros de pasión. Un hombre se sentó en la cama, dándole la espalda y abotonándose la camisa por su cuenta.
Al ver la llamada, Sira se puso nerviosa. Evitó al hombre para atenderla.
—¿Rocío? ¿Qué ocurrió?
-¡Sira! ¡Creo que César se ha enamorado de la zorra de Celia! -exclamó Rocío con indignación.
Sira se sorprendió. Primero echó un vistazo al hombre sentado en la cama, luego forzó una sonrisa incómoda.
-¿Por qué lo mencionas…? -Su voz todavía sonaba suave y dulce.
-¡Porque Celia quiere proponerle el di…! -Rocío casi dejó escapar la palabra “divorcio” de su boca. De inmediato cambió la forma de expresarlo-. ¡Proponerle la ruptura de su relación! Fui a preguntarle a César, pero este no parecía con ganas de aceptar su propuesta… ¡Y se enfadó porque insulté a Celia!
Sira clavó las uñas recién acrílicas en su palma hasta romperlas. Desde que supo que César y Celia vivían juntos, intuyó que ella era su mayor obstáculo. Al principio, creía que Celia era la perra faldera de César, pero ahora se daba cuenta de que su pensamiento había sido un error total: no era Celia quien se aferraba a él. Al contrario, era él quien no quería soltarla.