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Amor 10

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Capítulo 10 

Cinco años después. 

Lidia estaba ocupada en trasladarse de nuevo, ya era el sexto país que cambiaba durante estos años. 

Se mudaba constantemente solo para encontrar un lugar adecuado para vivir con su hija. 

-Ana, ven a ayudarme a llevar unas cosas. 

Lidia llamó hacia abajo. 

Esperó varios segundos, pero no oyó respuesta. 

-¿Ana? 

-¡Ana! 

Lidia corrió apresuradamente escaleras abajo, y por correr tan rápido, tropezó con los objetos del salón y cayó al suelo. Sin importarle el dolor, se levantó y comenzó a buscar a su hija por todas partes. 

Pero en ninguna parte logró ver la pequeña figura. 

Al levantar la cabeza, notó que la puerta estaba entreabierta. 

-Ana, ¡Ana! 

-No juegues a las escondidas conmigo, me rindo, ¡regresa conmigo ahora mismo! 

Lidia corrió al patio, desesperada. 

Al pensar que su hija podría haberse perdido o haber sido secuestrada, sentía como si estuviera ahogada. 

-¿La estás buscando? 

En ese momento, de la casa vecina se oyó una voz ronca. 

Lidia giró la cabeza y vio a un hombre oriental alto parado en las escaleras de la entrada, con Ana en sus 

brazos. 

La niña de cuatro años, delicada como una muñeca de porcelana, dormía plácidamente en su regazo. 

-¡Ana! -Lidia corrió hacia ella y la abrazó, mientras las lágrimas caían sin cesar. 

El hombre le extendió una servilleta y explicó: -No cerré la puerta, cuando bajé las escaleras la encontré durmiendo en la alfombra, Supongo que se sintió atraída por el perrito, jugó hasta cansarse y se quedó 

dormida. 

Apenas terminó de hablar, un pequeño maltés asomó la cabeza desde la puerta de la casa. 

Lidia se secó las lágrimas. -De verdad lo siento, acabamos de mudarnos hoy y todo ha sido un poco caótico. No pensé que ella podría abrir la puerta y salir. 

El hombre miró a las dos con comprensión. -Es comprensible. En adelante seremos vecinos, si 

necesitan ayuda, pueden contar conmigo. 

Luego, él se presentó: -Me llamo Mateo García. 

Mateo García, Lidia sintió que este nombre le resultaba familiar, pero no tuvo tiempo de pensarlo mucho. Respondió enseguida: -Hoy muchas gracias, pues me la llevo a casa. 

El hombre asintió levemente, observándola alejarse con la niña en brazos, su expresión se volvió sombría y compleja por un momento. 

Por otro lado, al llegar a casa, Lidia acostó suavemente a Ana en la cama, se inclinó para dejar un beso en su frente, la miró con cariño una y otra vez antes de irse a regañadientes a seguir ordenando las 

cosas. 

Hace cinco años, dejó su ciudad natal. 

Pasó diez meses de embarazo, dio a luz y la crió sola hasta ahora. 1 

Ella nunca se arrepintió. 

Siempre sintió que Ana era un regalo que le dio el Dios para salvar su vida. 

Lidia no recibió mucho amor familiar en su vida, pero estaba dispuesta a dar todo su amor a su hija. 

A medianoche, Lidia se despertó sobresaltada. 

Abrió los ojos con sueño, arropó a su hija y notó que su temperatura estaba muy alta. 

Lidia perdió instantáneamente el sueño y levantó a su hija enseguida: -Ana, ¿te sientes mal? 

Ana se despertó al escucharla, se frotó los ojos y dijo con voz infantil: -Mamá, me duele un poco la 

cabeza. 

Lidia bajó de la cama y se fue a buscar un termómetro. 

Minutos después, confirmó que de verdad tenía fiebre. 

Lidia no tuvo tiempo de pensar más, se vistió para llevarla al hospitalinmediatamente. 

Pero olvidó que acababa de llegar y no había tenido tiempo de comprar un carro, era difícil encontrar un 

taxi a altas horas de la noche. 

Ante la desesperación, no tuvo más remedio que llamar a la puerta de su vecino. sorpredentemente, él abrió la puerta rápidamente. 

-Señor García, mi hija tiene fiebre, ¿podría prestarme su carro? 

Mateo no lo dudó ni un segundo, se dio la vuelta y fue a buscar la llave del carro. -Acabas de llegar y no conoces bien la zona, les llevaré al hospital. 

-Gracias. -dijo Lidia con gratitud. 

Capitulo 10 

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Durante todo el camino, Mateo condujo con estabilidad y rapidez, y en solo unos diez minutos ya les llevó al hospital. 

Después de dejarles allí, él no se fue, sino que se quedó con ellas toda la noche hasta que la fiebre de Ana bajó, y luego las llevó de regreso a casa. 

Lidia, conmovida por tener un vecino tan bueno, se sintió profundamente emocionada. 

Al día siguiente, le llevó mucha comida a su casa para agradecerle. 

Al principio, Ana se quedó obedientemente a su lado, pero al ver al cachorro dentro de la casa, empezó a tomar actos evidentes. -Mamá, señor, ¿puedo jugar con él? 

Antes de que Lidia pudiera hablar, Mateo respondió: -Claro, puedes entrar. 

Luego miró a Lidia y añadió: -He preparado la cena, quédate a comer con nosotros. 

Lidia agitó las manos rápidamente: -¿Cómo puedo molestarte? 

Al instante, Ana la jaló hacia adentro: -Mamá, entra conmigo, quiero jugar con el cachorro. 

Así que, Lidia se quedó a cenar en casa de su nuevo vecino.

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