Capitulo 294
Capítulo 294
Ana asintió con la cabeza.
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Celia entregó el currículum de Ana al supervisor del departamento, el señor López, y le explicó la situación. El supervisor revisó el currículum y sonrió a Celia.
-Doctora Sánchez, con su puesto, si quiere recomendar a una amiga, no necesita preguntar por mi opinión.
Ella le respondió con calma, también sonriendo:
-Hay que seguir el procedimiento. De lo contrario, violaré las normas de la clínica.
El supervisor no esperó esa actitud respetuosa de Celia. Tras revisar con seriedad el currículum, le dijo:
—Ana parece una joven bastante habilidosa, incluso estudió programación informática. Eso es excelente. Una enfermera que sepa programación es un tesoro. Ahora es difícil contratar
a los talentos. Si ella tiene dos tipos de habilidades, podrá ayudar a resolver las fallas informáticas, ¿cierto?
Celia sonrió sin decir nada y el supervisor firmó la solicitud sin problemas.
-Dígale que venga mañana para la entrevista y examen.
-Gracias, señor López.
-De nada. Tal vez también necesite su ayuda en el futuro, ¿cierto?
Celia ya había salido del despacho, pero, al oír esto, se volteó para responder:
-Por supuesto.
Ella regresó directamente a su oficina. Nunca esperó que pudiera resolver el problema tan
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fácilmente. Al pasar por la oficina de Nicolás, él justo salió de la misma. Sus miradas se encontraron, pero ella solo le hizo un gesto para saludar cortésmente y pasó frente a él.
-Espera -Nicolás la llamó.
Ella se detuvo y se volvió, confundida.
-¿En qué puedo ayudarle?
-Lo que dije al mediodía fue inapropiado. Lo lamento.
Celia se sorprendió. ¿Se estaba disculpando por eso?
No importa. Después de todo, fui yo quien te puso en la dificultad.
No era nada difícil, pero yo…
Antes de que pudiera terminar sus palabras, apareció Dylan con varias tazas de café para llevar y lo interrumpió. Le entregó a Celia una porción.
-¡Nicolás! ¡Qué casualidad, Celia también está aquí! Por suerte compré de más. Esta es para
Celia vaciló un momento antes de aceptarla.
-Gracias.
-Apareciste en un momento tan “adecuado” -se quejó Nicolás con cara sombría.
-¿Qué demonios? ¡Les compré café! ¿Y encima debía elegir un momento adecuado para dárselo?
Nicolás soltó una risa con frialdad y cerró la puerta de un golpe. Dylan notó que este parecía genuinamente molesto y se sentía confundido.
—¿Qué le ocurrió? ¿Le vino la regla como a las mujeres o qué? —preguntó murmurando. Luego, se volvió hacia Celia.
Ella negó con la cabeza, indicando que no tenía ninguna idea.
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Por la noche, Celia regresó a su apartamento. Al abrir la puerta, vio a César sentado en la
sala con las piernas cruzadas, mientras Ana estaba sentada frente a él, visiblemente
incómoda. Al ver regresar a Celia, los ojos de Ana se iluminaron de sorpresa.
Celia miró a César y le preguntó:
-¿Cuándo llegaste?
—Al anochecer -respondió él sonriendo, jugueteando con su anillo—. No me avisaste que tu amiga vendría a Rivale.
Son pequeñeces. No quería molestarte, señor Herrera -dijo ella con voz serena.
La sonrisa de César se congeló al oír estas palabras. Luego bajó las piernas y adoptó una postura más relajada.
-El problema es fácil de resolver. Hay varios apartamentos disponibles en este edificio. Puedo alquilarle uno de estos temporalmente. En cuanto al alquiler, que pague lo que pueda -propuso César.
Ana se sorprendió, pero miró a Celia preguntando por su opinión. Aparentemente, Celia
vaciló.
-Me parece muy bien que se quede conmigo. Tengo habitación de invitados. Además, aún no tiene trabajo ni ingresos.
-Puedo eximirla del alquiler los primeros tres meses. -Sonrió él.
Al oír esto, Ana casi se tentó.
-¡César! -Celia tomó el aire-: ¿Qué demonios pretendes en realidad?
Él guardó silencio. Ana se levantó lentamente y se acercó a Celia.
-Pues, Celia, no te enojes. Quizás… Debería aceptar el arreglo del señor Herrera. Temo
que…
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Celia entendió la dificultad de Ana. Estaba segura de que César le había dado presión antes de que ella llegara a casa. ¡Pero ella no quería quedarse a solas con César!
-Quédate aquí. -Insistió Celia poniéndose frente a ella con una postura protectora—. Escucha César, si insistes en que se vaya, yo también me mudaré.
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