Capítulo 247
Celia pasó junto al auto de César y se fue al vehículo de Estrella, quien asomó la cabeza por la ventana y le preguntó:
-¿Por qué estás en un centro de rehabilitación?
Mi hermano está aquí.
Cuando estaba a punto de decir algo más, vio otro auto estacionado al frente y un hombre bajó. Sin saber por qué, esa silueta le resultaba familiar. Pronto recordó: lo había visto una vez entre los invitados en un banquete de su familiar. Entre multitudes diversas, él era el más atractivo. Era casi imposible olvidarlo.
César se detuvo al lado de Celia, rodeando su cintura con el brazo.
—¿Es tu nueva amiga?
Estrella se sorprendió, mirando a Celia, quien sonrió.
—Sí. Es la primera amiga que hice en Rivale. —Explicó.
Dicho esto, se liberó de su agarre y se enfrentó a él.
-Vamos en la misma dirección. Señor Herrera, no necesita por qué acompañarnos.
Él la miró y, en lugar de enfadarse, también sonrió.
-Como quieras.
Celia abrió la puerta y subió al auto de Estrella. César observó el auto alejándose con una expresión serena, pero opaca. Durante el trayecto, Estrella lanzó una mirada furtiva a su amiga.
-¿Acaso él es tu…?
-Pronto, exesposo.
-¿Y quieres divorciarte de alguien tan apuesto? -preguntó, confundida.
Celía miró por la ventana del auto, con una sonrisa amarga.
-¿De qué sirve la belleza? Su corazón pertenece a otra mujer. Además, no somos compatibles.
-¿Su corazón tiene dueña?
–
Estrella chasqueó la lengua—. ¡Entonces sí, debes divorciarte!
Ella sonrió sin decir nada. En los días siguientes, ella vivía en Montaña Dorada. César cumplió su promesa y no le hizo nada. Aparte de ir y venir del trabajo, pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación o en la de Carlos. Solo coincidían durante las comidas.
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Para las enfermeras, ella era la esposa de César. Incluso los directivos del centro de rehabilitación se referian a ella como “señora Herrera” a sus espaldas, pero ese título no le provocaba ninguna alegría
como antes.
Nebula Tecnologia iba a lanzar al mercado su producto de IA médica. Para la cena de lanzamiento, la empresa había invitado a César y a su esposa. Lo irónico era que, en la capital, ellos habían mantenido su matrimonio en secreto durante seis largos años y casi nadie sabía de su relación. No obstante, en ese momento, casi medio círculo social de Rivale ya estaba al tanto.
Celia vestía un largo vestido negro de tirante único con un collar de perlas. No usó aretes. Su maquillaje era simple, pero elegante. César la tomó de la mano y la presentó a los magnates de Rivale. Jorge, al verla por primera vez, dejó su copa con sorpresa.
-Señor, ¿es esta señorita su esposa?
-Exacto. Él afirmó.
–
Al escuchar esas palabras, otras personas murmuraron con curiosidad:
-¿El señor Herrera está casado?
–
-¿Por qué nunca hemos tenido noticias de eso?
-¡Qué extraño! Ya está casado…
Ella oyó esos murmullos a su alrededor y se rio con frialdad. Claro que nadie lo sabía. ¡Su matrimonio
había sido un secreto!
-Miren, parece que la señora Herrera no usa anillo de matrimonio…
Las miradas de varias mujeres se clavaron en los dedos de Celia. Al comparar con el anillo en el dedo anular de César, los demás invitados intuyeron con facilidad la situación.
César bebió lentamente su vino. Al parecer, también oyó esos comentarios porque sus ojos se oscurecieron. Dejó en la mesa la copa y rodeó a Celia con el brazo, inclinándose hacia ella con una
sonrisa tierna.
-Sé que no te gusta el anillo original. Podemos elegir otro.
Ella apartó la cabeza para evitarlo.
-Como quieras.
La sonrisa de él se desvaneció, pero siguió tolerando su indiferencia. Ante los ojos de los presentes, sus gestos “cariñosos” los hacían parecer una pareja enamorada. Entonces, una de las señoras
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intentó aliviar la tensión.
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-¡Conque a la señora no le gusta el diseño de su anillo! Conozco a un joyero que hace pedidos personalizados. Mi anillo de diamantes en forma de guirnalda lo hizo él.
César la miró y se inclinó.
–Agradezco su recomendación, señora.
-¡No hay de qué! Ustedes aún son jóvenes. Antes de tener hijos, ¡deben disfrutar de su tiempo a
solas!
-Claro, mil gracias, señora. -Sonrió él con cortesía.
Celia alzó su copa y dio un sorbo sin prisa antes de burlarse con indiferencia.
-¿Tener hijos? Mejor no. Yo no estoy calificada para darle hijos. Además, ya tiene uno con otra mujer–dijo ella, con calma.
Sin embargo, tras sus palabras, un silencio intenso se apoderó del espacio. Todos volvieron la mirada hacia César. Él la observó con expresión indescifrable. Las venas de su mano sobresalieron al
sostener la copa.
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