¿Accidente? –Valeria se rio de la furla. Sira estaba involucrada en cada desgracia de la familia de Celia, ¿no? Lo de su hermano y lo de sus padres… ¿me dices que fue un accidente?
César guardó silencio. El también había albergado sus dudas, pero se negaba a creer que fuera capaz de hacer algo tan malvado. La había conocido desde hacía diez años, e incluso habían sido una pareja.
Hacia seis años, por la orden de Valeria, él no había logrado remediar su relación. Por eso, él se había sentido en deuda con ella durante todos estos años. Sabía que Sira tenía sus planes y que había tendido trampas a Celía, pero siempre consideraba que eran cosas sin mayor importancia, creyendo que ninguna de sus acciones costaría vidas.
Al ver su reacción, Valeria cerró los ojos con impotencia.
Si hubiera sabido que casarse contigo haría la vida de Celia toda una tragedia, yo nunca lo habría permitido. Ignoramos demasiado sus sentimientos… -Suspiró.
Ella ya había accedido a su solicitud de divorcio, pero aun así quería que siguieran viviendo juntos.
Él no estaba convencido.
-¿Qué quiere decir con estas palabras? Nuestro matrimonio fue por orden suya, ¿no es así? Ustedes enviaron a Sira al extranjero y tampoco consideraron mis sentimientos, ¿no?
Ella no esperó esa réplica. Se rio por la rabia.
—Sí, fui yo quien envió a Sira al extranjero, pero Celia no tuvo nada que ver con eso. Cuando se casó contigo, ella no sabía nada
de tu historia con ella.
Él de nuevo guardó silencio, recostándose en la cabecera de la cama, perdido en sus pensamientos.
Basta con todo este lío. Si quieren divorciarse, que así sea. La familia Herrera ya ha saldado nuestra deuda con ella.
Marta, atónita, miró a Valeria.
-Pero, mamá, ¡Celia está embarazada! Incluso si quiere divorciarse, debería ser después de…
-Ella tiene derecho a decidir sobre el futuro del bebé -declaró, con firmeza.
Dicho esto, salió de la habitación apoyada en su bastón, seguida de Víctor. César miró por la ventana, con una expresión
indescifrable.
***
A las ocho de la noche, Celia llegó a la clínica. Marta la había llamado, pidiendo que viniera. Ella se quedó parada frente a la puerta por un largo momento antes de abrirla y entrar en la habitación.
César se recostó en la cama, solo cubierto por una bata de hospital que dejaba ver sus músculos en el pecho y el vendaje blanco que envolvía su abdomen.
Él, siempre tan lleno de confianza, lucía fatigado. Su mirada se posó en la cara de Celia y habló con voz ronca y apagada:
Pensé que no vendrías a verme.
Celia se quedó al pie de la cama.
Con que sigas con vida es suficiente.
¿Deseas que muera?
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Capitulo 206
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La verdad, si.
De no saber qué sería una adecuada reacción, esa respuesta, él se rio.
-Si muriera, ¿no te entristecería?
Ella dudó por un instante, pero al final también se rio.
-¿Por qué deberia? Incluso si murieras ahora, no derramaría una sola lágrima.
El clavó su mirada en ella, buscando en su cara un poco de nostalgia o de apego, como la mirada llena de amor que siempre había puesto en él, en el pasado. Pero no encontró nada.
Apretó un poco los dientes, mientras su pecho se elevaba con el ritmo de su respiración.
-¿Me odias?-le preguntó.
Ella lo miró, imperturbable.
-Claro, ¿debería seguir amándote?
Él encendió un cigarrillo, sin importarle la prohibición, y dio dos caladas. Como tenía demasiadas prisas, se atragantó con el humo. La tos le tiró de la herida, haciendo que soltara un gemido de dolor. Al ver que Celia permanecía impasible, se rio.
-Se nota que sí me odias. ¿Quieres divorciarte de mí?
Al mencionar el divorcio, ella parpadeó. Él, seguía recostado en la cama, exhalando con un largo suspiro el humo. Su mirada penetró el humo y su sonrisa por fin se desvaneció por completo.
-Lamentablemente, yo solo me quedaré viudo, nunca me divorciaría. Mientras yo siga con vida, este matrimonio no se
disolverá.
Sin esperar la respuesta de ella, apagó la colilla del cigarrillo en un vaso de agua. Las cenizas se apagaron al instante. Luego, tomó unas tijeras de la mesa y se bajó de la cama. Aguantando el dolor en su herida, se le acercó a ella paso a paso. Le puso las tijeras en la mano.
Ella intentó resistirse, pero él la apretó con más fuerza, dirigiendo la punta de las tijeras hacia su propio corazón.
-Apuñálame aquí. Así recuperarás la libertad.
Capitulo 207
Capitulo 207