Capítulo 195
Alfredo dudó un momento antes de rechazar la llamada.
-¿No vas a contestar?-preguntó, confundida, sin saber de quién era esa llamaba.
El le mostró una leve sonrisa, guardando el celular en su bolsillo.
-Es una llamada de publicidad.
Apretó con fuerza el celular, que volvía a vibrar en ese momento. Su interior estaba conflictuado. No obstante, sabía que no podía contestarla.
Cuanto mejor lo tratara Rosa, cuanta más confianza le tuviera, más se ablandaría su corazón hacia ellas en el futuro. Lo que él quería era el “punto débil” de César, no crearse uno para él mismo, incluso si quizás sentía algo por Celia. Entre su familia y Celia, elegiría a su familia.
No permanecieron mucho tiempo juntos antes de irse por separado. Apenas Celia se subió al auto, Rosa la llamó.
—¿Por qué Alfredo no contestó mis llamadas? Le llamé varias veces. ¿Estará ocupado? -preguntó Rosa, confundida.
Celia se sorprendió.
-¿Cuándo llamó?
Hace unos diez minutos.
Celia recordó el movimiento de Alfredo rechazando la llamada y que ella le había preguntado…
-Estoy con Carlos. Quería que él viniera a recogerme si no estaba ocupado. ¿Será que lo buscó con demasiada frecuencia y eso le molestó?
Las palabras de ella le causaron un dolor sordo en el corazón. Después de la muerte de Fabio, Alfredo las había ayudado mucho. En el corazón de Rosa, Alfredo ya era como su hijo.
Pero Celia había olvidado que, para Alfredo, ellas solo eran unas extrañas con las que ni siquiera tenía una relación biológica… Todos sus favores eran un gesto amable. Si algún día no quería hacerlo, era también algo muy razonable.
Celia apretó los labios. Al final, ella había sido demasiado ingenua. En ese mundo, aparte de los padres, nadie más podría ayudarla sin condiciones… Después de volver en sí, le dijo a Rosa:
-Mamá, Alfredo está muy ocupado. En el futuro, mejor no lo molestes con estos asuntos.
Ella captó el mensaje detrás de líneas y mostró una expresión de decepción.
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-Entonces… está bien. –Aceptó la verdad.
-Entonces, ¿iré a recogerte?
-Bien.Sonrió Rosa con un leve gesto de cabeza.
Después de colgar, ella se animó un poco. Quería preparar un poco de agua caliente para limpiar a Carlos, pero descubrió que la jarra estaba vacía. Salió para llenarla, pero, al llegar a la sala de descanso, oyó una voz que le resultó muy familiar.
-¿Por qué hay guardaespaldas fuera de la habitación de Carlos? ¿Los puso César? -preguntó ella.
Alguien le respondió.
-Los puso el señor Rojas.
-¿Ben? -La mujer soltó una risa siniestra-. Esa maldita Celia es una zorra astuta. No solo Alfredo, incluso Ben está dispuesto a ayudarla. Lástima que aún no sepa que Alfredo es mi hombre. ¿Esa tonta quiere usarlo para investigarme? ¡Qué estúpida!
Al escucharlo, ella palideció al instante. Apretó fuertemente la jarra y empujó la puerta de la sala de descanso. Dentro había dos mujeres, una enfermera y la otra… ¡era Sira!
Sira acarició sus uñas, mientras decía:
-Carlos está en estado vegetativo, ¿cierto? Yo no puedo entrar en la habitación. Hazlo por mí. – Ordenó.
La enfermera, asustada, se apresuró a rechazarla.
-¡Señorita Núñez! Si… si me descubren, ¡me enviarán a la cárcel!
-No lo harán. Solo necesitas inyectar un poco de betabloqueante adrenalérgico cada día. A corto plazo no le pasará nada al enfermo. Cuando descubran la insuficiencia cardíaca, ya habría muchas enfermeras que han estado en su habitación. Encontraré una manera para que Alfredo consiga un chivo expiatorio para asumir la responsabilidad.
Tras una breve pausa, Sira dijo entre dientes:
– Hacer daño a Carlos es pan comido para mí. Esta vez, ¡haré que Celia sepa las consecuencias de haberme ofendido!
¡BANG! La puerta se abrió de golpe. Sira y la enfermera palidecieron al ver a Rosa, en especial Sira.
-Rosa… ¿por qué…?
Ella temblaba de rabia y sus ojos estaban enrojecidos. 1
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-No solo mi esposo, ¿¡lo de mi hijo también fue tu obra!? ¡Sira! ¡Qué corazón tan malvado! ¿¡Cómo pudiste hacer esto!?
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