Rodolfo no esperó esta respuesta. La abrazó con fuerza, pero guardó silencio, mientras ella suspiró.
Desde que perdió a su bebé y quedó en ese estado, no la he visto por más de diez años. No sé cómo estará ahora…
-No te preocupes, cariño. -Rodolfo la consoló, resignado-. Ahora está muy bien en la familia Rojas. Su hijo la protege muy bien y, además, su esposo también la trata con sinceridad. A pesar de su problema, nunca ha pensado en divorciarse.
-Si yo quedara como Nieve, ¿tú sí te divorciarías de mí? -Ella le echó un vistazo de advertencia.
Rodolfo gritó que era inocente.
-¡Claro que no! ¡No me divorcio, nunca!
***
Celia fue a la oficina de Samuel y le dijo lo que la señora Juárez le había propuesto. Samuel sentía genuinamente alegría por ella.
-¡Qué buena! Esta clínica ofrece las remuneraciones aún mejores que la nuestra. Con la recomendación de la señora Juárez, tendrás un futuro más prometedor en esa clínica.
Celia sonrió aliviada. Cuando estaba a punto de irse, recordó algo y se detuvo en la puerta.
Director, hay algo que quiero pedirle.
Samuel tomó un sorbo de café antes de responderle:
-¿Hum? Dime.
-No quiero cambiar el contenido en mi solicitud de traslado. Si alguien le pregunta sobre esto, dígale que me iré a la Clínica Santa María de Rivale. Prefiero que los demás no sepan dónde trabajaré.
Los “demás” a los que se refería, incluían a César. Entonces, Samuel accedió. Por la tarde, Celia regresó a Villa Serenidad. Al entrar, se encontró con César. Vestía una camisa gris y estaba parado frente al ventanal, hablando por teléfono. No alcanzó a oír de qué se trataba la conversación. En el reflejo del vidrio, él también la vio. Al terminar la llamada, él se volteó y se acercó a ella sin prisa.
-Esta noche no cocines. Pidamos comida a domicilio.
Celia tampoco quería cocinar, así que aceptó. César pidió un servicio de Cielo Adorado. Todos los platos llegaron en un vehículo especial. Además, también les trajeron un ramo de rosas, dos botellas de champán y varias velas aromáticas.
Capitulo 189
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La cena fue bastante lujosa en un ambiente romántico. Frente a sus arreglos, Celia tardó en reaccionar. César se sirvió una copa de champán antes de hablar.
-Estos tres días tuve trabajo. No pude acompañarte.
Celia entendió el mensaje detrás de sus palabras. Esa cena era su compensación por su ausencia.
-Margarita me ha cuidado muy bien–le respondió, indiferente.
Además, ella no lo necesitaba. Él hizo una pausa de unos segundos. Alzó la mirada para encontrarse con la de ella, sumida en sus pensamientos. Celia comía sin mirarlo. Por muy romántica que estuviera la mesa, permanecía muy callada.
Después de la cena, sin importarle la expresión de César, se levantó y regresó a la habitación. Sacó de su bolso una caja médica. Dentro había una jeringa precargada y un vial pequeño. Era una inyección anticonceptiva que había traído del hospital.
Celia entró al baño. Como una acción preventiva, se aplicó la inyección. Al oír pasos afuera, guardó apresuradamente la jeringa en la caja y la escondió en el compartimento bajo el lavabo.
Cuando César abrió la puerta, su ropa estaba bajada por la espalda. Enseguida la subió, enfadada.
-¿No sabes cómo tocar la puerta?
Él se apoyó en el marco de la puerta y levantó una ceja.
-¿Vas a bañarte al terminar la comida? -preguntó con un tono bromista.
No. Solo quiero cambiarme.
-No hace falta -César se le acercó a ella, pegado a su espalda, bajando la voz-. Total, habrá
quitarla.
Su aliento caliente quemó su piel. Ella se estremeció y se apartó de inmediato.
-Mi brazo aún no se ha recuperado
¡Pensó que este tipo podría controlarse!
-¿Todavía te duele? -César acarició su brazo. En sus ojos había un destello de ternura que ella
nunca antes había visto.
que
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