Capítulo 155
Alfredo se acercó a ella, susurrándole al oído:
–En comparación con ella, creo que no querrás que César sepa lo desenfrenada que eres en mi cama, ¿cierto?
Sira se paralizó, sin atreverse a decir ni una sola palabra más.
-Siempre y cuando me escuches, aseguro que obtendrás lo que deseas.
Después de decir estas palabras, Alfredo se dio la vuelta y salió de la habitación sin mirar atrás.
Sira quedó inmóvil en su lugar, pálida. Al principio, cuando negoció la cooperación con Alfredo, nunca pensó que terminaría en la cama con él. Si no hubiera sido porque esa noche, cuando estaba borracha, y las cosas se les fueron de las manos, ¡jamás le habría dejado esa prueba en su contra!
Bueno, eso ya no importaba. Para convertirse en la señora Herrera, aún necesitaba la ayuda de Alfredo. La familia Suárez no era tan adinerada o poderosa como los Herrera, pero al menos Alfredo podía satisfacerla de manera física.
Y, además, era una persona habilidosa. Si no fuera por su valiosa ayuda encubierta, eliminando las pruebas importantes, la gente de César ya habría descubierto todo lo que ella había hecho desde hacía mucho tiempo… Al pensarlo dos veces, dejó escapar una sonrisa de desprecio. Pobre Celia, ¿no?
***
Al día siguiente, Celia fue a revisar la situación de la señora Juárez. Rodolfo, cambiando su actitud habitual, fue extremadamente amable con ella. Incluso le ordenó a su secretario que luego le enviara una bandera de agradecimiento.
Celia le agradeció su amabilidad y estaba a punto de preguntar por el estado de su esposa, cuando notó que ella ya había fijado la mirada en ella.
Confundida, la llamó en repetidas ocasiones:
-¿Señora Juárez?
La paciente volvió en sí.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó a Celia.
-Celia Sánchez.
La señora Juárez pareció sumida en sus pensamientos.
-Ya veo… murmuró.
Rodolfo también notó su anomalía. Se inclinó a preguntarle con suavidad:
-Cariño, ¿qué ocurrió?
La señora Juárez sonrió y negó ligeramente con la cabeza. Su mirada se encontró de nuevo con la de ella.
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Capitulo 155
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Nada. Es que la doctora Sánchez se parece mucho a una amiga mía–le explicó a Rodolfo.
Celia se sorprendió. Rodolfo no le dio importancia a ese asunto.
–Supongo que es el destino.
—Sí, tienes razón.
La señora Juárez, sin razón aparente, observaba a Celia de vez en cuando: ellas se parecían demasiado, en especial en esos ojos hermosos y brillantes que parecían luna llena… Cuando sonreía, los rasgos de Celia se parecían muchísimo a los de su mejor amiga, la hija de los Vargas de joven.
Celia no se quedó mucho tiempo en su pabellón. Al asegurarse de que la señora Juárez se estaba recuperando bien sin otro tipo de secuelas, se fue sin decir más.
Cuando regresó a su oficina, al abrir la puerta, vio que Alfredo ya estaba sentado allí esperándola. Apoyaba la cabeza con una mano, jugueteando con un bolígrafo entre sus dedos. Tan pronto como la vio, mostró una sonrisa radiante.
-La enfermera dijo que estabas ocupada y me pidió que te esperara aquí ―le explicó a Celia.
Ella se sentó en su sillón.
-¿Hoy estás libre?
-Siempre estoy libre -respondió Alfredo y le devolvió el bolígrafo al portalápiz-. ¿Ayer el señor Herrera fue a verte?
Celia se sorprendió. De pronto, las palabras de César resonaron en su mente. Al ver su silencio, Alfredo ya había adivinado lo ocurrido.
—Admito que, cuando decidí ayudarte en la investigación sobre el caso de tu hermano, tuve mis propias intenciones. También es cierto que le eché la culpa a César de forma deliberada.
Confundida, le preguntó:
-¿Por qué? ¿Tienes algún conflicto con él?
Al escucharlo, la expresión de Alfredo se ensombreció casi de manera imperceptible, pero no lo mostró.
-Son unos conflictos insignificantes entre nuestros mayores. No te preocupes. Pero, en cuanto a mis motivos… No fueron por él.
Celia tomó el vaso de agua sobre el escritorio y continuó preguntándole con cierta curiosidad:
-¿Entonces por qué?
Él se levantó y la miró con seriedad.
-Celia, ¿acaso hasta ahora no te has dado cuenta de eso? Fue por ti.
Ella quedó petrificada, se atragantó con el agua, y comenzó a toser y convulsionar.
Capitulo 155
Alfredo le dio palmaditas suaves en la espalda.
¿Cómo estás?
Ella hizo una seña con la mano, mirándolo asombrada.
-i¿Por mi?!