Capítulo 111
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Capítulo 111
Celia dudó. Después de todo, pronto se iría de la ciudad. Ben percibió su vacilación y no insistió.
-Lo siento por mi petición abrupta.
Ella negó con la cabeza.
-No, es que… no me quedaré aquí por mucho tiempo. Podría ayudarlo a corto plazo, pero…
-No hay problema. Con eso basta.
Al final, intercambiaron contactos.
-¿Cómo debo llamarlo?
-Ben Rojas.
Celia se sorprendió. ¿Sería… de esa familia Rojas?
-¿Y tú?-él le preguntó con cortesía.
-Celia Sánchez.
Tras despedirse, Celia se marchó. Ben observaba cómo se alejaba con una mirada inescrutable, sumido en sus pensamientos.
***
Al llegar al estacionamiento de la Villa Serenidad, Celia vio en el espejo retrovisor el auto de César.
Su chófer abrió con respeto la puerta trasera, y Sira bajó con Óscar en sus brazos. Detrás de ellos, apareció César.
Ella no escuchó lo que Sira le había dicho a César, pero él tomó al niño en sus brazos. Óscar se aferró al cuello de César, mostrando con claridad su alegría. No obstante, esta felicidad le quemó los ojos a Celia. Apretó el volante con fuerza. Ella creía que ya estaba preparada para aceptar todo… No obstante, sin importar cuántas veces lo viera, simplemente no podía evitar sentir la incomodidad.
Pensó en bajarse del auto después de que ellos entraran en el ascensor, pero ¿por qué debería esconderse? ¡Ella no había hecho nada malo! Con esa idea, desabrochó el cinturón de seguridad y salió del auto con decisión. Al cerrar la puerta, el golpe, por una fuerza involuntaria, resonó en el estacionamiento. César volvió la cabeza a verla. Se sorprendió al instante, pero de inmediato recuperó la compostura. Sira, aprovechando la oportunidad, se pegó a él como si fueran una familia mientras decía:
-Celia, ¡qué casualidad! César nos acompañó a hacer un TAC de la pierna de Osqui. Acabamos de llegar y luego te vimos aquí.
Celia se rio, quedándose sin palabras.
-No me interesa su itinerario. No soy su madre. O sea, ¿quieren que yo sea su madre? —Se burló.
La sonrisa de Sira desapareció de inmediato. César la observaba con intensidad, pero no tenía más paciencia para su drama y se dirigió hacia el edificio. Indignada, Sira la interceptó.
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Capítulo 111
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-Celia… ¡quiero disculparme contigo por lo de la piscina! No debí acusarte injustamente. ¡Haré lo que sea para que me perdones!
Celia retrocedió, evitando su contacto para no caer en la misma trampa dos veces.
-No me toques. Si te caes, dirás que te he empujado.
Sira se enojó. César, tras dejar a Óscar en su silla de ruedas, se enderezó.
-Celia, no hables así. -Intervino con voz serena.
-Señor Herrera, solo quiero protegerme de las falsas acusaciones. No tengo tendencias masoquistas.
Ya se veían las lágrimas brillantes en los ojos de Sira.
-Celia, me disculpo contigo muy sinceramente. ¡Nunca he querido lastimarte!
-El daño ya está hecho y tus palabras son inútiles. En cuanto a lo de Carlos… Señorita Núñez, ten más cuidado en todos los aspectos. No me des motivos para atraparte.
Sira palideció al escuchar estas palabras. Se esforzó por ocultar el pánico que sentía. ¿Qué sabía esta maldita?
-Celia -advirtió César, pero ella sonrió con dulzura.
-Señor Herrera, si tanto la ama, ¿por qué no se casa con ella? Ella ha esperado más de seis años. No deje que su amor verdadero siga esperando sin un anillo. Así demostrará su profundo cariño hacia su mujer amada.
Sin esperar respuesta, entró al edificio con desprecio, sin mirar atrás. Las palabras de Celia eran precisamente lo que Sira anhelaba. Pero, cuando miró a César con expectativas, las llamas de esperanza casi se apagaron por completo. En sus ojos profundos, ella no percibía ningún rastro de deseo de casarse con ella. ¡Él no quería casarse con ella! Sira apretó los puños, llena de odio.
***
Por la noche, en medio del sueño, Celia sintió una mano ardiente deslizarse bajo su camisón. Gimió adormilada, pero el contacto se volvía cada vez más atrevido. Abrió los ojos de golpe. Al ver con claridad los rasgos del hombre, empujó contra su pecho firme con las manos.
-¡César! ¿¡Qué demonios pretendes!?
Ella creía que no volvería a dormir, por eso no había echado el cerrojo.
-¿Y qué te parece? -Él le devolvió la pregunta.
Sus dedos subieron por su muslo, mientras sus dientes tiraban del fino tirante de su camisón. La tela resbaló, revelando su hombro desnudo, y su cabello se esparció sobre la almohada como una cinta de seda. Su cara en la oscuridad… era pura lujuria. ¡Esta intimidad extrema no era un sueño! Al notar esto, Celia volvió en sí bruscamente y apartó la cabeza.
-¡No quiero hacerlo contigo! ¡Búscate a Sira! —le gritó.
Él le agarró la barbilla y la besó con fuerza, mordiendo su labio inferior. La escena de cómo César se involucraba
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Capítulo III
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con Sira en la cama saltó abruptamente a su mente, y un asco visceral la invadió. Con un empujón brusco, ella se liberó del agarre de César. Se inclinó sobre la cama y empezó a vomitar incontrolablemente.