C28-¿PUEDES LLAMAR A MAMÁ?
C28-¿PUEDES LLAMAR A MAMÁ?
El auto apenas se detuvo frente a la comisaría y Kate ya estaba abriendo la puerta. Ni siquiera esperó a que Ethan apagara el motor. Bajó de un salto y corrió hacia la entrada como si sus piernas pudieran ganarle al pánico que le subía por la garganta.
El corazón le latía con tanta fuerza que le costaba oír sus propios pasos. Entró a la comisaría como una ráfaga, ignorando las miradas, ignorando todo, hasta que la vio. La directora del colegio estaba allí, parada junto a un oficial, con las manos entrelazadas
y el rostro tenso.
Kate se lanzó hacia ella y le cruzó la cara con una bofetada. 1
-¿Dónde está mi hijo? ¡¿Dónde está Oliver?! -gritó con una voz que ya no le parecía suya, rota, desesperada, con los ojos completamente desbordados y ya estaba lista para abofetearla de nuevo.
-Kate, ¡Kate! -Ethan la sujetó desde atrás antes de que volviera a golpearla, rodeándole los brazos con fuerza-. Tienes que
calmarte. Escúchame… tienes que mantener la calma.
-¿Cómo quieres que me calme? ¡Mi bebé está perdido! ¡Y solo Dios sabe dónde! -sollozó, girando el rostro hacia él, pero señalando a la directora con un dedo tembloroso-. ¡Y esta mujer permitió que mi hijo saliera del colegio sin avisar! ¡¿Cómo
demonios no verificaron que alguien lo recogiera?!
La directora se llevó una mano al rostro y dio un paso atrás, visiblemente afectada.
-Señora Langley, créame… todo fue muy rápido. Nos tomó por sorpresa. Oliver dijo con total seguridad que su tío vendría por él.
No pensamos que…
-¿Qué está insinuando? -la interrumpió Kate, alzando la voz otra vez-. ¿Que lo planeó? ¡Tiene siete años, por Dios!
-Lo sé… pero él fue muy claro. Incluso le dijo a la enfermera que usted sabía. Jamás pensamos que estaba… mintiendo.
-¡Él no miente! ¡Él no haría eso! -Kate se quebró por completo y tembló, como si toda su rabia y angustia ya no supieran por
dónde salir.
-Oficial-intervino Ethan, acercándose al detective que observaba la escena con gesto profesional-. ¿Ya se está buscando? ¿Ya
hay una unidad en la zona?
El detective, un hombre de rostro curtido y mirada sobria, asintió despacio.
-Sí, señor. En cuanto recibimos el aviso, activamos el protocolo. Hay unidades revisando el perímetro de la escuela, las cámaras
de tránsito y las rutas cercanas. También hemos alertado a las estaciones de autobuses y trenes. Haremos todo lo posible para
encontrarlo.
La palabra posible, le perforó el pecho a Kate.
-¿Señora Langley? -continuó el oficial, mirándola con seriedad. ¿Hay algún lugar al que Oliver podría haber querido ir? Algún
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sitio especial, algún lugar que mencione con frecuencia, incluso si le parece poco propavie.
Kate negó con la cabeza al instante, pero las lágrimas ya no le permitían hablar. Se llevó las manos al rostro, deshecha, tambaleándose por dentro.
-No… no lo sé… él ama el cine… y los partidos de fútbol… pero nunca… nunca se iría. Nunca haría eso. No sin decírmelo. ¡Él no se
iría!
Los hombros se le sacudieron con fuerza. Sollozaba como si le arrancaran algo desde adentro, una mezcla brutal de miedo, culpa e impotencia que no podía controlar. Ethan se acercó y la rodeó con los brazos sin dudar, apretándola contra su pecho.
-Lo encontraremos, Kate. Te lo prometo -susurró junto a su oído-. No estás sola en esto… lo vamos a encontrar.
Mientras tanto, un Maybach negro se detuvo frente al complejo de edificios, con el motor aún encendido y las luces apagadas. El sol de la tarde empezaba a bajar, tiñendo el cielo de un gris suave, como si el día también estuviera a punto de terminar.
En el asiento trasero, Oliver miraba por la ventana con la frente apoyada en el vidrio. Su respiración empañaba el cristal, pero él ni siquiera se movía para limpiarlo. Solo estaba allí, quieto, con los ojos fijos en la calle vacía. No dijo nada. No preguntó nada. Su carita estaba pálida, los labios apretados, y su rostro mostraba decepción.
El chofer, lo miró por el espejo retrovisor.
-Hemos llegado, joven.
El niño asintió en silencio y abrió la puerta. Bajó despacio, con la mochila colgando floja de un solo hombro. Pero cuando puso un pie en la acera, el chofer también bajó y caminó detrás de él. Oliver se volvió y lo miró confundido.
-¿Qué hace?
-El señor Maxwell ordenó que lo trajera directamente a casa -respondió el hombre sin cambiar el tono-. Y eso voy a hacer.
Oliver no dijo nada. Solo bajó la mirada y volvió a asentir, como si ya no tuviera ganas de discutir. Subieron juntos hasta el quinto piso, y cuando llegaron frente a la puerta del departamento de Aisling, el chofer llamó dos veces.
Pasaron apenas un par de segundos antes de que la puerta se abriera. Aisling apareció al otro lado con el rostro desencajado, los ojos rojos y el teléfono aún en la mano. Cuando lo vio, soltó el celular sin darse cuenta.
-¿Oli?… ¡Ay Dios! ¡Gracias a Dios! -exclamó, llevándose una mano al pecho antes de lanzarse hacia él.
Se agachó a su altura y lo rodeó con los brazos, apretándolo contra su pecho.
-¿Estás bien? ¿Dónde estabas, mi amor? ¿Dónde te metiste? -lo miró de arriba abajo, revisando cada rincón de su carita, como buscando moretones invisibles, tocándole los brazos, las mejillas, el pelo, los hombros.
Oliver se quedó quieto, sin oponer resistencia, pero no devolvió el abrazo. Sus ojitos estaban hinchados, los párpados rojos, y el
labio inferior le temblaba un poco.
-¿Dónde fuiste, Oli? -preguntó Aisling con la voz quebrada.
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El niño levantó la vista despacio y la miró.
-¿Puedes llamar a mamá? -susurró-. Quiero verla.