Capítulo 18
Al entrar, Lidia sintió un momento de confusión.
Esra casa casi no había cambiado en comparación con hace cinco años.
La única diferencia era que las cosas de Serena habían desaparecido, reemplazadas por muchas cosas
idénticas de las que Lidia solía usar.
Era como si nunca se hubiera ido.
-Lidia, ya he preparado tu habitación que antes viviste. Si necesitas algo, dímelo directamente.
Ramón la llevó hasta la puerta de la habitación.
Lidia asintió con la cabeza.
Un mechón de pelo se deslizó desde su frente.
Ramón extendió su mano hacia ella para apartarle el pelo detrás de la oreja, pero Lidia esquivó
apartando la cabeza.
-Gracias, me quedaré solo esta noche y me iré temprano por la mañana.
Habló con una actitud muy distante.
Ramón encogió los dedos y bajó la mano.
Con voz ronca, él dijo: -Entonces descansen bien tú y Ana.
Cuando Lidia entró, él la llamó de nuevo: -Lidia…
Lidia se volvió: -¿Hay algo más?
Ramón la miró con sus ojos profundos, como si algo estuviera bullendo en su interior, pero al final, negó
con la cabeza: -Nada, solo quería decirte… buenas noches, que tengas dulces sueños.
Lidia cerró la puerta.
Sintió que Ramón había cambiado un poco.
Se había vuelto más delgado e incluso su temperamento se había suavizado bastante.
Quizás había ocurrido algo durante este periodo.
Ella no lo sabía, ní quería pensarlo.
Esa noche no durmió bien, pero al día siguiente se despertó aún temprano.
Después de asearse, planeó llevarse directamente a su hija de aquí.
Sin embargo, en la sala de estar vio a Ramón, quien parecía… haber descansado toda la noche en el sofá.
Al verla salir, él se levantó de inmediato.
-Lidia, ¿por qué te levantaste tan temprano? ¿Descansaste bien?
Lidia asintió al azar.
Al ver que no quería hablar, Ramón no insistió y solo dijo: -¿A dónde vas? Te acompaño.
-No hace falta, puedo tomar un taxi.
Lidia se negó rápidamente.
Ramón actuó como si no hubiera escuchado, dio media vuelta y fue a buscar la llave del carro.
-Afuera sigue lloviendo, será muy inconveniente para ti llevar a Ana. Déjame cuidar brevemente de ustedes dos, para cumplir un poco con mi responsabilidad, ¿éstá bien?
En ese momento, Ana también se despertó.
Ella se estiró en brazos de Lidia, pero como el movimiento fue muy brusco y ella no era tan ligera, Lidia ya tenía los brazos entumecidos y casi la dejó caer.
Fue Ramón quien extendió la mano y la ayudó a sostenerla.
Lidia levantó la cabeza y chocó con su barbilla.
Los dos estaban muy cerca, con los brazos tocándose y el aliento entremezclado.
Lidia retrocedió un paso, intentando evitarlo.
Ramón dio otro paso adelante, la persiguió, y con un movimiento de su brazo, tomó a Ana en sus brazos.
Ana se frotó los ojos y volvió a dormirse en su regazo.
Como si estuviera soñando, ella murmuró confusamente “papá”.
Ramón se estremeció y se quedó paralizado en el lugar.
-Lidia, ¿lo oíste?
-…Me llamó papá.
Lidia nunca había visto a Ramón así, con tan ternura en su mirada, como si hubiera recibido la mejor notícia del mundo, hasta el punto de que sus ojos se humedecieron.
Aunque ella no quería admitirlo.
Él realmente era el padre de Ana, era un hecho que no se podía cambiar.