Capítulo 92
Capítulo 92
Al captar el odio en su mirada, César percibió la anomalía y de inmediato se puso serio.
-Si tienes algo que decir, hablemos afuera.
-¡Por qué debería!
-Celia, la presión de su mano aumentó mientras le hablaba-, no me obligues a repetirlo.
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Sus ojos enrojecieron. Todo el resentimiento, la injusticia y el odio acumulados estallaban tras lo ocurrido con Carlos.
Ignorando el dolor en su muñeca, lanzó una mirada afilada a Sira, quien se escondía tras César.
-Te di la oportunidad de negociar, de considerar nuestro trato. ¡Ya cedí! ¡Y tú sigues presionándome!
-¿D…de qué hablas? ¿Cuándo te presioné? -Sira mantuvo su fachada de inocencia.
La paciencia de César se agotó
-Celia, ¿qué pretendes?
-¿Qué pretendo?
Una risa amarga escapó de sus labios mientras se liberaba del agarre, luego le dio una cachetada al hombre. Les gritó histéricamente:
-¡Debería ser yo quien pregunte! Solo quería un juicio justo sin su intervención, ¿y ahora qué? ¡Carlos fue golpeado hasta quedar al borde de la muerte!
Las lágrimas rodaban por su cara, y su voz temblaba de indignación.
-¿Quién más podría ordenar algo así aparte de ustedes?
César pareció sorprenderse un instante antes de que su expresión se tornara sombría.
-¿Qué demonios?
Celía se secó las lágrimas con desdén.
-¡Qué convincente actuación, señor Herrera! ¿Cómo es posible que un detenido sea golpeado bajo custodia policial sin que nadie intervenga? ¿Por qué? ¡Y nadie en la comisaría lo ayudó! Sin tu autorización, ¡nadie se atrevería a hacerlo! ¿Era necesario que Carlos pagara con su vida para vengar a Sira? ¡Ya aceptó a la sentencia!
Una tensión inexplicable oprimió el pecho de César. Sira evitaba su mirada, sin atreverse a hablar.
Tras descargar su dolor, Celia recuperó la compostura. Los miró esforzándose por mantener la calma.
-Si Carlos muere, los arrastraré al infierno conmigo.
Salió del cuarto sin mirar atrás. Las enfermeras que espiaban se dispersaron en silencio ante la expresión sombría de Celia.
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Capítulo 92
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Dentro de la habitación, César apretó los puños, con su cara llena de ira. Al volverse hacia Sira, le preguntó:
-¿Qué hiciste?
Ella palideció.
-César, ¿sospechas de mí? ¡No hice nada!
Se encontró con la mirada con escrutinio de César, dudó y fingió inocencia.
-Aunque quisiera, ¿cómo tendría influencia para ordenar algo así? ¡No tengo esas conexiones!
Tras un largo silencio, él retiró su mirada afilada.
-Descansa aquí.
Dicho esto, se dio la vuelta y se fue.
-¡César!
Intentó detenerlo, pero no lo logró. Sira maldijo entre dientes, mirando cómo su espalda se alejaba. Marcó un número con su celular.
-¿Es confiable ese matón que contratamos?
-Totalmente. Esos gánsteres hacen cualquier cosa por dinero. Quien me ayudó en la comisaría es mi pariente. Asegura que nadie nos descubrirá sin las grabaciones de las cámaras.
Con esas palabras de la señora Fernández, Sira se alivió y una sonrisa cruel apareció en su cara.
-Te debo un favor. Cuando sea la esposa de César, haré que tu esposo sea director.
Al tener la promesa de Sira, la mujer la aduló con una sonrisa radiante.
-¡Muchas gracias, futura señora Herrera!
***
Tras el tratamiento urgente, Carlos sobrevivió a la gravedad de sus heridas. Fue trasferido al pabellón especial, pero seguía en coma.
Afuera de la UCI, mientras Celia llegaba, escuchó que Fabio se estaba quejando.
-¡Qué mala suerte! ¡Nuestro hijo casi perdió su vida por ella! ¡Y ahora ni siquiera sabemos si despertará!
Fabio no paraba de murmurar, sintiendo una mezcla de ira y arrepentimiento.
Rosa, que había guardado silencio durante mucho tiempo, le respondió cansada:
-¿De qué sirve quejarte ahora?
-¡Porque nunca debí permitir que la recogieras y la llevaras a casa!
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