Capítulo 82
Capítulo 82
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Las palabras de César desenterraron los recuerdos que Celia había sellado por once afios…
Eran principios de primavera en Monte Corriente. En esta época ocurrió un terrible y muy conocido secuestro de niños. Entre los seis niños secuestrados, estaban ella… y él. Ella siempre lo recordó, pero él ya la había olvidado…
Celia apretó las sábanas con más fuerza, pero al final, las soltó y apartó la mirada.
-No, nunca nos vimos antes.
César quedó mucho más confundido.
-En serio, ¿no?
-No.
Al instante, sus dedos le sujetaron el mentón, obligándola a mirarlo.
-¿De verdad no? -lo repitió.
Celia sostuvo su mirada fingiendo calma.
-Señor Herrera, si fuera cierto, ¿cómo es que usted no me recuerda?
Él quedó momentáneamente inmóvil, sin responderle.
-Voy a dormir – le dijo Celia y apartó su mano-. Si insiste en quedarse, pida otra cama.
César, sin hacer caso a sus palabras, se acomodó en la de ella.
-Las camas de acompañante son incómodas.
Ella no pudo evitar reír, sintiéndose entre enfadada y divertida. Intentó levantarse, pero el brazo del hombre la atrapó por la cintura. Al caer, instintivamente, agarró su camisa. Por la fuerza del agarre, él perdió el equilibrio. Ahora él la cubría por completo, con sus cuerpos entrelazados en la cama.
El aliento cálido de César la envolvió. Nerviosa, pasó la lengua por sus labios secos. Al ver el gesto, un destello de deseo pasó fugazmente por el fondo de los ojos de César. Con su pulgar, acarició con ternura sus labios…
La enfermera de turno se detuvo en seco al vislumbrar la escena por accidente. Instintivamente, quiso intervenir, porque la clínica era un espacio público, hasta que recordó: jesta era la habitación de la doctora
Sánchez!
Yaquel hombre era… el señor Herrera? ¡Dios!
Con manos temblorosas, tomó una foto y la envió a su amiga, quien trabajaba en neurocirugía, antes de correr a la estación de enfermerías a esparcir el chisme.
Mientras tanto, dentro de la habitación, Celia recobró la compostura y lo empujó con fuerza, pálida.
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Capítulo 82
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-Estoy… enferma. No debemos hacer esto.
El pulgar de César todavía ardía con el calor de sus labios. Por un segundo, había genuinamente deseado hacerlo
-De acuerdo. Usaré la cama de acompañante.
Pronto volvió a su calma habitual y se levantó. Ella se dio vuelta inmediatamente, sintiendo el violento palpitar de su corazón.
¿Qué habían significado esos movimientos de César? ¿El quería besarla? ¿Lo habría hecho si no ella lo detenía?
Las preguntas se enredaron en su mente, dejándola en una gran confusión. Las escenas se repetían en su mente una y otra vez. Su razón y sus sentimientos se peleaban incesablemente y ella no pudo conciliarse el sueño.
Sira tampoco pudo dormir, había recibido inesperadamente la foto. Sus manos temblaban al verla. Aunque la imagen era borrosa, reconoció el traje de César. 1
¡Ella fue su primer amor! ¿Por qué otra mujer ganó su corazón? Después de meses planeando todo tras su regreso, no había obtenido nada… La indignación la inundó.
¡Crash!
Destrozó el jarrón en el estante en un arranque de furia.
En la habitación contigua, Óscar se encogió en un rincón de la cama, tapándose los oídos para no oír los gritos de su madre. Ni siquiera se atrevía a llorar… 1
***
Al amanecer, cuando Celia despertó, César se había ido del pabellón. La noche anterior parecía un sueño para ella.
-¡El pobre doctor Fernández fue un chivo expiatorio! Resulta que la doctora Sánchez es la amante del señor Herrera. ¡Todo fue una farsa que ella inventó para encubrirse! -cuchicheaban en los pasillos.
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