Capítulo 56
Rocío quedó estupefacta. En todas las ocasiones anteriores donde había humillado a Celia, César nunca había intervenido, ni siquiera había dicho algo para defenderla. ¿Qué le ocurrió hoy? Celia también guardó silencio, incapaz de entender las intenciones de César…
La cachetada silenció a Rocío, aunque sus miradas hacia Celia seguían llenas de odio, como si quisiera devorarla viva. Celia las ignoró por completo. De no ser por el cumpleaños de Valeria, ni siquiera habría asistido al banquete.
Varias señoras se acercaron a conversar con ella y, al no poder rechazarlas, terminó bebiendo más de lo planeado. Cuando el banquete terminó, lo único que deseaba era quitarse la máscara social y retirarse a su habitación.
Al subir las escaleras hacia su dormitorio y abrir la puerta, una mano la agarró bruscamente del brazo, haciéndola perder el equilibrio y caer contra un cuerpo masculino.
—Cé… ¡Hum…! -intentó gritar, pero sus labios fueron sellados por un beso voraz.
El beso repentino la dejó paralizada en los brazos del hombre. Notó que su aliento ardía más que nunca y, a través de la ropa, pudo percibir una excitación anormal. Cuando reaccionó del shock, intentó apartarlo
-¡César! ¡Soy yo…!
En ese momento escuchó cómo cerraban la puerta con llave desde afuera. Quedó atónita… ¿Quién lo había hecho? ¿Valeria? ¿Marta? Pero Marta siempre la había despreciado y anhelaba una nueva nuera, mientras que Valeria ya había aceptado su intención de divorcio…
No tuvo tiempo de analizar la situación, porque César ya no podía contenerse. Forcejeó en pánico para liberarse de su agarre.
-¡César! -gritó desesperadamente.
Pero lo que más temía ocurrió de todas formas: él actuó como una bestia en celo, tomándola una y otra vez sin considerar sus sentimientos…
***
Celía no supo cuándo perdió el conocimiento. Al despertar, solo Marina estaba a su lado, mirándola con preocupación.
-Señorita, ha despertado. ¿Cómo se siente ahora? -le preguntó con ternura.
-Estoy… bien-le respondió Celia con voz ronca, sintiendo un dolor agudo con el más mínimo movimiento de piernas.
Quedó pensatíva, pues César nunca se había comportado así antes…
Marina, adivinando sus pensamientos, suspiró.
-Alguien drogó al señor. Por eso…-le explicó a Celia, y luego bajó la voz-. La médica de la familia ya la examinó. Tiene un desgarro leve e inflamación. Le aplicamos pomada.
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-Gracias -murmuró Celia, evitando su mirada.
Mientras tanto, en el estudio, los sirvientes que habían manipulado las bebidas formaban una fila, temblando de miedo.
César revisó las grabaciones de seguridad. Uno de los sirvientes palideció visiblemente. César levantó la vista y, con un gesto, los guardias lo arrastraron al centro.
El hombre cayó de rodillas, temblando y sudando de miedo.
-¡Señor! ¡Me obligaron a hacerlo! ¡No fue mi idea! -intentó explicarse.
César clavó su mirada en él.
-¿Quién te obligó?
-Fue… ¡Fue la señorita Sánchez!
La respuesta tomó a César por sorpresa.
-¿Qué?
—¡Dije que fue su esposa quien me ordenó a hacerlo! Dijo que quería quedarse embarazada de su hijo… balbuceó el sirviente, sin atreverse a levantar la vista mientras el sudor le empapaba la espalda.
En ese momento, Rocío entró en el estudio.
—¡César! ¡Sabía que Celia tenía malas intenciones! ¡Incluso recurrió a estos trucos sucios! ¡Qué vergüenza!
César guardó silencio. Ordenó a los guardias que sacaran al sirviente y luego abandonó el lugar.
Rocío bajó la mirada y dejó escapar una sonrisa de triunfo. ¡Esta vez César definitivamente echaría a Celia de la casa!
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