Capítulo 50
César iba a apartar la mirada, pero al escuchar su tono de no querer verlo, cambió de idea de repente. Se acercó cada vez más y la examinó de reojo de arriba a abajo.
-Esta es mi casa, y cuando quiera regresar, puedo hacerlo.
Celia enseguida trató de esquivarlo, pero él la atrajo hacia su abrazo. Su cabello húmedo se pegaba a su piel blanca, y esos ojos cristalinos, ahora asustados, la hacían ver aún más frágil y encantadora.
Él acarició con ternura aquel lunar con sus yemas ardientes. Sin darse cuenta, pasó saliva. Parecía que ya habían pasado varios meses sin que hicieran el amor.
Celia reconocía muy bien esa mirada cargada de deseo. Intentó apartarlo empujándolo.
-Se acabaron los… condones -tartamudeó al instante.
-Ya los compré-él le respondió con voz ronca.
Con la mano posada en la delgada cintura, él enterró su rostro en el cuello de ella.
Celia se sobresaltó demasiado por esa intimidad. Antes de que pudiera reaccionar, él la levantó en brazos. La arrojó sobre la cama y la tenía atrapada entre sus brazos con facilidad. Ella sentía esa temperatura ardiente del cuerpo masculino, que la quemaba de manera constante.
De pronto, las escenas de su primera noche aparecieron en su mente. Había sido la primera vez que ella experimentaba esa intimidad, pero él no fue tierno. La trató como un simple juguete, desahogando sus deseos en ella sin ningún tipo de preocupación, dejándola cansada y con sombras mentales de dolor.
Después de eso, cada vez que tenían relaciones, ella no podía evitar sentir temor. Por amor, siempre se esforzaba por satisfacerlo, considerando ser un instrumento para desahogar sus deseos.
Sin embargo, hoy tenían ese contacto íntimo antes de iniciar el acto. Él nunca la había tratado así… Ella ya no entendía lo qué pensaba en realidad.
Cerró los ojos con indiferencia, y las lágrimas brotaron sin control alguno. No hizo nada para complacerlo, tampoco lo rechazó. César capturó esa resistencia repentina que ella mostraba. Antes de penetrarla, se detuvo y la miró desde arriba. Lo que vio fue su mirada entumecida, llena de resentimiento, así como la profunda frustración por no poder resistirse. Esa expresión lo irritó demasiado.
-¿No quieres hacerlo conmigo?
Celia lo míró a los ojos con cara de indiferencia.
-Hoy me obligó a arrodillarme, ¿y ahora le interesa tanto hacer el amor conmigo? ¿Lo considera una recompensa después de la injusticia que acabe de sufrir?
La cara de César se ensombreció. Aflojó la corbata y se incorporó
-Ya te di oportunidades.
Tras una pausa, volvió a mirarla.
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-¿Te resulta tan difícil disculparte?
Al ver esa indiferencia tan despreocupada del joven, Celia sintió de nuevo un dolor agudo en el corazón.
-Pero no cometí ningún error… -murmuró ella.
Sus no habían disminuido, pero ella insistía en hablar con él de ese tema… Su actitud se tornó cada vez más impaciente. Se burló de ella.
-Celia, eres irremediable.
Se levantó de la cama y se fue tras dar un portazo.
Celia no lo detuvo, manteniendo la calma. Parecía que la actitud de César ya no le importaba para nada.
***
Debajo del edificio, César encendió un cigarrillo. Poco a poco, la irritación de su cuerpo se calmó. En ese preciso momento, recibió una llamada de Sira y la contestó.
-César, Osqui quiere saber si vendrías al pabellón esta noche le preguntó Sira con cierta discreción.
-Estaré allí más tarde —él le respondió.
-De acuerdo.
Al colgar, Sira se sintió aliviada. Confirmó que ellos aún le importaban a César.
Cuando César llegó al pabellón, ya eran las nueve de la noche. Óscar se alegró mucho al verlo y quiso que se quedara a acompañarlo.
-Tío Simón, ¿podrías quedarte conmigo esta noche? 2
César estaba sentado al borde de la cama, sin poder rechazar a un inquieto niño con esos ojos claros e inocentes.
-De acuerdo. Acuéstate ahora. Estoy a tu lado.
Óscar cerró obedientemente los ojos.
Cuando Sira salió del baño después de ducharse, vio esa escena tan bonita. Se acercó a ellos con una sonrisa.
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