Capítulo 47
¿Un niño? La figura de Óscar de repente apareció en la mente de Celia. Solo lo relacionado con Sira y su hijo podía haber provocado tal furia en César.
-¿Yo lastimé a un niño? -le respondió sonriendo con cierto sarcasmo-. Señor Herrera, no entiendo lo que dijo.
César la agarró con violencia de la muñeca.
-¿No fuiste tú quien le compró el pastel?
Su agarre era tan fuerte que le causó un intenso dolor. Ella intentó liberarse, conteniendo las lágrimas de dolor.
-Sira me pidió que lo comprara, así que lo hice. ¿Y qué pasó con eso?
César la jaló hacia sí hasta que sus cuerpos estuvieron a centímetros de distancia.
-¡Osqui es alérgico al chocolate! ¡Ese pastel casi lo mata!
Sin pensarlo, Celia olvidó el dolor de su muñeca ante el impacto de sus palabras.
-Sira no me lo dijo -le explicó.
-¡Sigues mintiendo!
El tono de César dejaba clara su ira. Se acercó cada vez más, como si quisiera estrangularla.
-¡Sira ya te advirtió sobre la alergia! ¿Crees que una madre olvidaría algo así?
Celia retrocedió paso a paso, hasta que su espalda chocó con la pared fría, sin más espacio para escapar. Los ojos de César eran aterradores. De poder, la habría matado con esa mirada.
Todo se basaba solo en el testimonio de Sira, y César ya la había condenado… Él nunca había confiado en ella, lo que le causó un dolor opresivo en el pecho. Las violentas olas de emoción la ahogaban sin cesar, quitándole el aire
Ella intentó explicárselo con lágrimas en los ojos:
-Ella no me lo dijo, César. No sabía que Óscar era alérgico al chocolate. Solo pensé que a todos los niños les gusta el chocolate…
-¿Y esperas que te crea esa tontería?
César la dejó sin palabras con esa frase. Se negó a dejar caer las lágrimas, sintiéndose extrañamente calmada por la completa desilusión. ¿Por qué aún seguía intentando explicarse? ¿Por qué como tonta albergaba esa estúpida esperanza de que él confiaría en ella? ¡Qué absurda ilusión!
-¡Ve a disculparte con Osqui ahora mismo! – le ordenó.
Sin darle opción alguna, César la arrastró hacia la sala de pediatría.
En la habitación, Sira acariciaba preocupada la pequeña mano de Oscar, que aún tenía ronchas rojas en el rostro y
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cuello.
-Osqui, tengo mucho miedo… Despierta…
Cuando se abrió la puerta, se volteó paso a paso hacia ellos y se puso de pie.
-César… -sollozó.
Óscar se encontraba en la cama. A causa de la alergia, aún tenía manchas rojas en el rostro. César empujó a Celia hacia la cama con una expresión impasible.
-Mira lo que hiciste.
Celia apretó los puños con rabia y miró a Sira.
-Señorita Núñez, si no recuerdo mal, no me mencionó la alergia al chocolate de su hijo esta mañana.
Con los ojos enrojecidos, Sira le replicó:
-Celia, ¿qué quieres decir? ¿Qué yo quería ver a mi hijo así?
-Pero la verdad es que no…
Antes de que Celia pudiera terminar sus palabras, César se interpuso furioso, protegiendo a Sira con su cuerpo.
—¡Basta ya! ¿Aún no entiendes la gravedad de lo ocurrido? ¿No es así?
Celia sintió que el mundo giraba, comenzando a sudar.
—¡Ya te dije que no lo sabía! —le gritó a todo pulmón.
-Celia, si quieres vengarte de mí, hazme todo lo que quieras, ¡pero nunca lastimes a mi hijo! ¡Es todo lo que tengo!
La voz de Sira sonaba tan inocente, como si ella fuera la víctima perfecta, mientras que Celia era la culpable imperdonable.
Celia se sentía cansada, al borde del desmayo por el agotamiento.
-Lo repito por última vez, que no lo sabía… Las palabras le quemaban la garganta.
César, con desprecio, se acercó y la tomó de los hombros para obligarla a arrodillarse.
-¿En serio? Entonces, jarrodillate aquí hasta que el niño se despierte!
Celía no estaba preparada para el empujón y sus rodillas golpearon con fuerza el suelo. De no haber extendido los brazos, su cabeza habría chocado con el filo de la cama.
César no retiró sus manos, sino que se inclinó aún más, diciéndole con voz indiferente:
-¿Tan difícil te resulta admitir tu error?
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