Capítulo 38
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Capítulo 38
Cuando Celia regresó a su oficina, recibió un mensaje de Alfredo. A las cuatro de la tarde, Celia llegó al Instituto de Investigación Clínica del Sueño, donde trabajaba Alfredo. No fue sino hasta ese momento cuando descubrió que este era el mismo instituto del proyecto que Sira en algún momento le había mencionado.
Alfredo se levantó para recibirla mientras bromeaba con ella.
-Celi, pensé que te habías perdido. Aunque no es un instituto muy grande, tiene sus laberintos.
Ella se sentó en el sofá y empezó a observar detenidamente el lugar.
-¿Este es tu instituto? -le preguntó a Alfredo.
Alfredo le preparó una taza de café.
-No, solo tengo acciones aquí. ¿Por qué?
Celia no respondió su pregunta y fue directa al grano.
-¿De veras conseguiste los testimonios de esas personas?
-Claro —dijo Alfredo, emocionado mientras le pasaba una hoja de papel, dejándola sobre la mesa—.
Puedes revisar el contenido.
Celia la tomó y la abrió. De pronto, una palabra saltó a la vista: Herrera.
Al verla, ella quedó aturdida, sin poder creerlo. ¿Herrera? ¿Sería César? Pero esa noche lo había puesto a prueba y él no parecía estar al tanto de lo sucedido… ¿Acaso era tan buen mentiroso?
-Alfredo, ¿estás seguro de esto?
Alfredo suspiró con certeza.
-Les pregunté varias veces y las respuestas coinciden. Me dijeron que era una persona poderosa a quien no se pueden permitir ofender.
Tomó un sorbo de café y continuó:
-En esta ciudad, solo la familia Herrera tiene ese nivel de influencia.
Celía apretó con rabía el papel hasta arrugarlo sin darse cuenta. Tras un breve silencio, suspiró.
-Bueno, agradezco tu valiosa ayuda. Te invito a cenar otro día.
Alfredo le sonrió,
-Pues recuerda lo que has dicho. No te arrepientas cuando veas la cuenta.
Ella sonrió.
-Claro que no.
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Capítulo 38
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Cuando Alfredo la acompañó a la puerta, varios hombres se acercaban. El líder del grupo vestía un traje de estilo tradicional. Parecía estar relajado, pero irradiaba la elegancia natural de un líder, con un aura que transmitía clasicismo. Celia reconocía a la perfección esa figura y, al verlo, se detuvo en seco. Su mirada se clavó en el grupo de personas, o mejor, en él.
César subía las escaleras paso a paso, mientras las personas a su alrededor conversaban con él y él respondía de vez en cuando. Sus ojos se encontraron con los de Celia, pero su rostro permaneció impasible. Apartó enseguida la mirada como si nada hubiera pasado y continuó hablando con sus acompañantes.
Celia apretó los puños con más fuerza. Cuando César pasó junto a ellos, Alfredo intervino.
-Señor Herrera, ¿no tiene la educación de saludar a sus amigos?
Celia miró a Alfredo con incredulidad, sin esperar que se dirigiera a César de forma tan directa.
Los acompañantes de César, empleados del instituto que obviamente conocían a Alfredo, guardaron silencio. César, con una expresión difícil de leer sus pensamientos, se volteó mientras jugueteaba con su reloj de pulsera.
-Parece que no tenemos una relación tan cercana como para que me exija saludos, ¿no cree? —le dijo tajante a Alfredo.
-Ah, ¿no? -Alfredo le mostró una sonrisa-. No fue lo que demostró en nuestro último encuentro.
-Debe ser un error de memoria -replicó César antes de marcharse.
Durante todo el intercambio, no le había dirigido ni una sola palabra a Celia. Como siempre… En público, eran perfectos desconocidos. Esa era la única constante entre ellos.
Celia no supo cómo salió del instituto. Ni siquiera era consciente de sus propios pensamientos. Cuando estuvo a punto de tropezar, Alfredo la sostuvo con firmeza.
-Ten más cuidado.
Volvió en sí y al bajar la mirada descubrió las escaleras frente a sus pies. Sintió vergüenza.
-Perdón, estaba distraída.
-¿Cómo estás? ¿Estás segura de que puedes conducir? -le preguntó Alfredo, preocupado.
Ella sonrió con amargura.
-No te preocupes. Nunca jugaría con mi propia vida.
La valoraba mucho.
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