Capítulo 30
Mirando la pantalla, Celia dudó en responderle. Pronto, sonó su celular. La nota “Amor” que aún no había cambiado en la pantalla, la dejó aturdida por un instante.
El César de antes jamás la contactaba primero. Pero ¿cuándo había empezado a mandarle mensajes y hasta hacerle llamadas?
Vacilando, ella llevó el celular a sus oídos y respondió en tono distante.
-Señor Herrera, ¿en qué puedo ayudarle?
Del otro lado se escuchó el chasquido de un encendedor. Parecía estar fumando. Su voz sonaba relajada.
-Te dije que vinieras al estacionamiento. ¿No viste mi mensaje?
-¿Con Sira a su lado? Cualquier asunto puede tratarlo con ella le dijo Celia con indiferencia.
Cuando iba a colgar, escuchó su despreocupada risita burlona.
-¿Ahora te sientes muy valiente con Alfredo como tu protector?
Ella frunció el ceño.
-¿Qué quiere decir?
-En su significado literal -dijo él, apoyado en su auto, jugueteando con el encendedor-. Mi paciencia
tiene límites.
Celia colgó sin agregar nada más. Al llegar al estacionamiento, allí estaba él: con ese perfil perfecto de
siempre. Pero ahora, esa misma cara que antes le inspiraba amor, solo le dejaba un sabor amargo en la
boca.
Se detuvo frente a él y fue al grano con calma.
-¿Retiraste al abogado de Carlos? ¿Por qué?
César aplastó la colilla con el zapato, luego levantó la mirada.
-Te dije que no te metieras con Sira.
A Celia no le sorprendió la respuesta. Pero lo que no esperaba era…
-¿Va a romper su palabra por ella? ¡Yo nunca la he provocado! ¡Ella es la que no me deja en paz!
-Dejemos lo suyo -su mirada se ensombreció. Hubo una pausa antes de continuar con sus palabras-.
Aléjate de Alfredo. La esposa de un Herrera no puede darse el lujo de verse envuelta en escándalos.
Las palabras le causaron a Celia agudo dolor en el corazón. Le importaba la fama de la familia Herrera, y
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también la reputación de Sira, mientras que ella solo podía obedecer sus reglas…
-¿Y si el escándalo es suyo?, señor Herrera le preguntó sonriendo, con voz temblorosa.
César se detuvo, un poco descontento.
-Eso nunca pasará.
“¡Qué hipocrita!“, pensó ella con desprecio. Ella había visto las fotos de su “hijo bastardo” y ahora le
estaba mintiendo!
-Si es sobre usted, Sira y su hijo…
-Celia -él la interrumpió, indiferente, no involucres a otra persona. Esto es entre nosotros.
¿Involucrar? ¡Tal vez no quería manchar el nombre de su “amada“, ya que todavía no se habían divorciado! Celia relajo los puños y le dijo, serena.
-No se preocupe. Pronto los dejare ser felices. Les deseo una vida alegre.
Al girarse para irse, él la agarró del brazo. Por primera vez, el hombre que siempre mantenía la calma
parecía… ¿Nervioso?
-¿Qué quieres decir con eso…?
-¡Tio César!
Óscar llegó corriendo, y le dio un gran abrazo. Al instante, César recuperó la compostura y soltó a Celia. Acarició con temura el cabello de Óscar.
-¿Qué haces aquí, chiquillo?
El niño le explicó:
-¡Mami y yo te esperábamos por mucho tiempo! Nos preocupábamos por ti, así que vine a buscarte.
Sira se paró junto a César, luego le dirigió a Celia una mirada afilada.
-Celia, ¿también estás aquí? ¿Dónde está el señor Suárez? ¿Por qué no te acompaña?
Había visto claramente cómo César agarró la muñeca de Celia, así que ahora apenas contenía su odio. Ella había sido la entera vida de este hombre. ¿Cómo era posible que esta maldita zorra se lo arrebatara tan fácilmente? ¡No permitiría que César se escapara de su control!
-¿Y a ti qué te importa? -Celia replicó con indiferencia.
-Sé que sigues enojada por lo ocurrido antes. Si es por tu suspensión, ¡puedo hablar con los directivos para que te reintegren más temprano! 1
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