Capítulo 25
Un joven alto se apoyaba contra el auto mientras fumaba. El humo difuminaba sus rasgos, y su mirada se posó en el saco masculino que la envolvía. Un destello de hostilidad pasó por el fondo de sus ojos.
Alfredo miró instintivamente a Celia y luego a César.
-Señor Herrera, ¿está esperando a alguien?
¿Él estaba esperando? Sira había salido del trabajo hacía mucho. ¿A quién estaba esperando? ¿A ella?
Cuando ella tenía ese tipo de pensamientos, le parecían muy absurdos.
César exhaló humo antes de apagar la colilla con el zapato. Su mirada se tornó gélida y se posó en
Alfredo.
-Señor Suárez, ¿le encanta meterse en asuntos ajenos?
Asuntos ajenos… Esas palabras fueron como un cuchillo atravesándole el corazón. El dolor la puso pálida.
Entonces, ¿lo de hoy había sucedido con su permiso? Al pensar en eso, la decepción la inundó.
Alfredo notó su reacción y entrecerró ligeramente los ojos. Luego, miró a César.
-Salvé a una mujer bella. No creo que me haya metido en asuntos sin importancia.
César frunció el ceño. Alfredo quería continuar hablando, cuando Celia agarró su brazo y le dijo con voz
débil.
-Alfredo, por favor, llévame de vuelta a mi casa.
Él le echó un vistazo a César y, sin decir nada más, obedeció la petición de Celia. Sin embargo, al dar
media vuelta, escuchó la voz de César.
-Celia.
Ella se tensó un poco. Cuando había otros presentes, él nunca la llamaba por su nombre. Siempre evitaba que supieran de su relación. ¿Pero por qué ahora lo hacía?
Ella no se dio la vuelta e iba a marcharse, pero la voz del hombre se volvió más seria.
-¿No oíste que te llamé?
Celia apretó los puños. Las heridas en las palmas de sus manos volvieron a sangrar por la fuerza y los vendajes se tiñeron de rojo. Aguantando el dolor tanto de las heridas como del corazón, se giró para mirarlo con expresión entumecida.
-Señor Herrera, ¿en qué puedo ayudarle?
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-Ven aquí -le ordenó.
Celia parpadeó, muy confundida.
-No lo repetiré.
La paciencia de César se agotó.
Celia dudó, pero al final se dio la vuelta y le dijo a Alfredo.
-Disculpa, es que…
-Entiendo.
Alfredo comprendió que ella tenía una dificultad. Le mostró una sonrisa suave y le recordó en voz muy bajita, tanto que solo ella podía escuchar.
-Si necesitas ayuda, dímelo. Tienes mi WhatsApp, ¿cierto?
Celia le sonrió y vio cómo subía al auto y se alejaba. Con los pasos pesados, se acercó a César.
Él levantó la vista perezosamente y se burló.
-¿Estás tan ansiosa por ponerme los cuernos?
En cuanto notó su labio hinchado, su cara se tornó sombría.
-¿Qué te pasó?
Celia soltó una risita, y sus ojos se enrojecieron de inmediato. Con voz ronca, le respondió.
-Debería saberlo mejor que nadie, señor Herrera.
César percibió su tono sarcástico y se sintió descontento por eso. Especialmente, porque ella llevaba puesta la ropa de otro hombre.
Le quitó el saco de un tirón, pero reveló al mismo tiempo todas las heridas cubiertas por la ropa…
Se quedó inmóvil, emanando un aura aterradora.
-¿Quién lo hizo?
“Mira, qué buen actor es este“, pensó Celia. Sintió cómo las lágrimas le ardían en los ojos y se esforzó por controlarse para no llorar. Sacó del bolso el documento arrugado y lo lanzó contra él, cuestionándolo.
-¿No fue obra tuya? Ordenaste a Sira que me tendiera una trampa, para que unos bastardos me violaran, ¿ no es así?
César miró los papeles en el suelo y se puso serio.
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Capitulo 25
Ella estalló en una mezcla de ira y decepción que había estado reprimiendo durante mucho tiempo. Y le
gritó, furiosa.
-Si me odias tanto, podemos divorciarnos en cualquier momento. ¿Por qué los contrataron para
humillarme…!?
César guardó silencio, observándola fijamente.
Ella se dio la vuelta y quiso irse de inmediato, porque un segundo más con él resultaría en el completo
colapso de su defensa.
-Si te atreves a irte así, perderás el equipo de abogados para defender a tu hermano.
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